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  • Este fin de semana la biblioteca no funcionó debido al inventario anual. A diferencia de otros años, el director Maynard decidió no dejar participar a los pacientes de nuestro manicomio: en inventarios anteriores muchos libros desaparecieron o fueron encontrados en los diferentes retretes del instituto, especialmente los de lingüística y crítica literaria, otros de psiquiatría fueron encontrados en la cocina ¿roídos?. Y a muchos les faltaban páginas de ilustraciones, dejándolos prácticamente inutilizables. Esta vez, durante dos días tres recias matronas en uniforme blanco y guantes de papel han controlado que los catálogos y las existencias concuerden.\n\nDe resultas de esta actividad, tengo varias pilas de libros sin clasificar que andaban perdidos por los anaqueles de la biblioteca pero que no están en el catalogo. La mayoría son tratados médicos de dudoso interés para un lector de nuestros días, como las “Terapias de baños de asiento para la curación de las migrañas femeninas” del Dr. Manuel Leroy, Basel, 1895. o el “Estudio Clínico y evaluación del Enema como terapia contra las bilis negras o la llamada Melancolía”, Dr. Rudolf Mueller, Berlin, 1875. Sobre la pila más alta, hay una nota del mismísimo Maynard en la que me ruega encarecidamente de aplicar mucho cuidado en esta delicada tarea de leer, indexar, catalogar todos estos libros. Así, que decido dejar tan delicada tarea para más adelante y cojo uno de los libros con menos paginas y con un título que me llama la atención: “El Lai de Aristoteles” publicado por la Socidedad Rouennaise de Bibliofilos en 1900, es una edición curada por el Profesor Antoine Heron.\n\nEl “Lai de Aristoteles” gozó de una enorme fama iconográfica durante los siglos XIV y XV y hasta casi finales del Renacimiento, y no precisamente por su calidad literaria. De hecho, no hay noticia de Henri d’Andeli, en la antología de Martin de Riquer, “La lirica de los trovadores”. Los 645 versos pareados, escritos en torno al 1250, cuentan una anécdota sobre Aristoteles, sobre su pupilo, Alejandro el Magno, y la bella y voluptuosa esposa de este último llamada Phyillis. \n\nAlejandro, a ojos vistas descuida sus tareas de emperador y alumno, llega tarde a las reuniones de gabinete con sus generales o se retira apuradamente antes de concluirlas. Tampoco participa en las fiestas orgiásticas organizadas en honor de los Satrapas que vienen a rendirle pleitesia. Esta situación al inicio divierte e intriga, pero luego termina por preocupar, a Aristoteles, maestro y guru del histórico personaje. Al inquirir en la corte por las razones que disturban la concentración de su alumno, Aristoteles es informado que se trata de Phyllis, la esposa de Alejandro, la que lo reclama a su lado y a la que Alejandro nada sabe negar. El filosofo peripatetico decide tomar cartas en el asunto y se dirige a la casa de Alejandro y solicita ser recibido por Phyillis.\n\n—No sabe Usted señora que los serios trabajos del Estado reclaman la mayor atención de su esposo. ¿Por qué usted le impide ocuparse de ellos? Le increpa Aristoteles.\n—Mi querido Aristoteles, le responde Phyillis, sabe usted de la manera desaforada y mucha veces libidinosa en que terminan esas reuniones de estado. No me interesa que Alejandro malgaste las energias de su juventud en esos negocios.\n—¿Y qué me dice, de las clases a las que Alejandro parece ya no dedicar el mismo interés que antes?\n—Alejandro aprende conmigo muchas y deleitables cosas sobre la naturaleza femenina y la manera en que ésta se transforma para alcanzar el máximo placer y por ende según usted la mayor sabiduría y bondad. Respondióle Phyillis con una mirada llena de provocación, y el Estagirita no pudo evitar uos ramalazos de placer que le hicieron enrojecer.\n—Y Bucefalo —el famoso caballo del emperador— he escuchado que Alejandro ya no lo cabalga y lo tiene muy abandonado.\n—Oh, maestro. Suspiro la bella Phyillis. Si usted supiera lo que hace Alejandro con el caballo, me otorgaría la razón de no dejarlo acercase a ese animal.\n—¿Qué es lo que hace? Por los astros, decidmelo y quizá pueda yo intervenir y hacerlo entrar en razón. Respondió el filosofo.\n\n\n—No puedo decírselo, tengo que mostrárselo. Pero no aquí, en el jardín.\nAristoteles, intrigado, la siguió al jardín — Dígame, Phyillis, por favor. Maestro, me faltan las palabras, respondió ella. Si usted me ayudara a representar la acción quizá sería más fácil. Tome usted el papel de Bucefalo, lo incitó Phyillis con dulzura y voz seductora.\n\nEl gran filosofo decidió sacrificarse en aras de la verdad y el bien de su pupilo, y sin dudarlo se arrodilló y desde la posición canina le pidió a Phyillis, —Señora, se lo imploro, muéstreme ahora.\n—Maestro, ¿está usted seguro que quiere que se lo demuestre?\n—Señora mía, se lo imploro. Dijo el honorable filosofo. No puede ser, mi señor. Le faltan los aderezos, no puedo mostrarle.\nAristoteles convino entonces de dejarse poner unas riendas y una silla de montar, por las doncellas de Phyllis. \nLuego Phyillis, con presteza, se sentó sobre los riñones del autor de la Metafísica y lo estaba realmente cabalgando. Finalmente, la dama sonriente se sentó sobre el filosofo y dijo triunfante\n\n
    Así va quien amor lo guía\nMaestro ocioso me sostiene\nAsí quien lo entretiene
    \n\nY entre los árboles sus doncellas reían tan fuerte que llamaron la atención de Alejandro que por ahí pasaba.\nAristoteles, en ese momento, se dio cuenta del ardid del que había sido objeto. Y decidió darle una lección a su pupilo.\n—Querido discípulo, le dijo, cuídate de las mujeres bellas y voluptuosas, e imagina el poder de los encantos femeninos si un viejo sabio como yo puede caer en ellos.\n\nMe pregunto si este texto es el origen de esa estirpe de personajes femeninos que hacen perder la cabeza a los hombres como Carmen, Violeta, Nana, Lolita y especialmente Lola —representada espectacularmente por la Dietrich—.\n\n \nBlogs HO
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  • 2008-10-20 12:47:50
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  • Aristoteles: filosofo y viejo verde burlado
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