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  • \n\nAbiertas, las puertas ofician de bisagra entre la doméstica intimidad que se ofrece al ojo del espectador del cuadro y la mirada del indiscreto visitante que se apresta a ingresar en una casa respetable del Siglo XVII. La inevitable sorpresa se la lleva el espectador, pues al asomarse a la realidad del cuadro, que por artificio trompe l’oil se revela tras la representación de la puerta, descubre un recinto familiar misterioso, signado por la ausencia de sus habitantes.\n\nLos cambiantes diseños en el embaldosado delimitan los diferentes ámbitos sociales: el público, con un recibo decoroso mas no ostentoso, un espacio intermedio que podría ser la salida a un patio interior, tenida cuenta la luz que lo distingue y el espacio privado con un embaldosado en blanco y negro, resabio de un viaje a Sevilla del dueño de la morada o del pintor. La representación de los mismos ha sido dividida en una serie de planos hábilmente separados por un juego de luz y perspectiva. Así, el ojo del espectador pasa del claroscuro del recibidor, al intenso fulgor del espacio de distribución, a una luz mitigada que ilumina la habitación que se adivina la central. En la pared del salón, cuelgan dos pinturas, pero sólo una capta la atención del espectador otorgándole profundidad a la representación y creando una perspectiva vertiginosa en el espectador, pues el cuadro visible sobre la pared a su vez representa una habitación: un aposento en el que se desarrolla una escena domestica, quizá entre una madre y un niño. Lo que deja adivinar al espectador que tras la oportuna pared o en alguna parte de este lar abierto la verdadera intimidad resta protegida.\n\nComo ante todo ambiente que encontramos inesperadamente vacio, el espectador, el visitante —y usted también, casual o asiduo lector, si se ha interesado en desentrañar este aparente misterio— no podemos evitar poblar, completar, animar este espacio pulcro y ordenado pero que enigmática y hasta inverosímilmente se muestra abandonado.\n\nY esta vez el espectador, con la mirada atenta, acompaña al indiscreto visitante que se devuelve sobre sus pasos y reinicia una inspección con mirada escrutadora y se contiene para no exclamar con voz queda y en el vacío un Hola solitario.\n\nEl recibidor que invita con modestia pero muy atento a las prácticas bien burguesas de la limpieza, muestra a un lado una oronda escoba de retama casi como anfitriona del hogar. A su lado cuelga un delantal, curiosamente suspendido en lo que se podría imaginar un colgador para el capote del dueño de la casa, o la capa de la señora.\n\nEl salón o quizá comedor —aunque no es redundante informar al observador que esos habitáculos no se independizaron hasta bien entrado el siglo XVIII—, está amoblado con enseres domésticos de una cierta suntuosidad: una mesa cubierta con un mantel labrado y que termina con una ostentosa cenefa de raso. Si el indiscreto visitador se decidiera por el osado gesto; al tiento, probablemente la silla forrada en cuero revelaría una cierta temperatura, pues es licito intuir que el libro abierto que yace abandonado boca abajo —si cabe el símil— y cuya lectura ha sido interrumpida con una brusquedad voluntaria estaba siendo leído por su ahora ausente lector o lectora. La vela apagada al desgaire y a medio consumir sobre el candelero de plata da cuenta del tiempo transcurrido.\n\nY el observador se pregunta: Por qué el manojo de llaves ha quedado abandonado, colgando de la cerradura de la puerta. Qué urgencia tan acuciante, tan pertinaz ha hecho que el ama de llaves o el patrón de la casa (o, ambos) abandonen la seguridad del hogar y —como si dijéramos al escape y a la carrera— desaparezcan de la línea de fuga y provoquen este enigmático vacío. Y por qué esas pantuflas, —o tratándose de los países bajos, más bien, galochas— yacen ahí en medio de todo, al garete y quién es su dueño.\n\nRalf me cuenta que en el Siglo XIX, al cuadro se le añadieron un gato, una niña sentada, una fecha y la firma —falsa— de Pieter de Hooch, otro gran pintor del círculo de Vermeer. Pero que luego en sucesivas restauraciones han sido cuidadosamente borrados. Poco después me pregunta —con una sonrisa socarrona— ¿Qué crees que están haciendo los personajes que no se ven? Retrocedo ante la reproducción de Van Hoogstraten que Ralf ha colgado en su habitación y sonrío pensativo. ¿Y usted?\n\n
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  • 2008-11-18 14:16:23
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  • El misterio de la pintura vacía
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