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  • \n\nUn personaje misterioso sentado en un pupitre escolar dibuja aves, con divertida expresión. Divertida, pues esa sonrisa apenas esbozada en la comisura de los labios la asemeja a una emplumada Mona Lisa. El instrumento de cuerda que lleva colgado del cuello —como antaño las monjas portaban las llaves del convento—, acaso recuerda el arpa becqueriana:\n\n
    ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas\ncomo el pájaro duerme en la rama\nesperando la mano de nieve\nque sabe arrancarlas!
    \n\nPolydactila, ella misma es un ave, una lechuza, símbolo de sabiduría, ambivalente personaje Ovidiano de las Metamorfosis, se llamaba Nyctimene y huye de la luz del día y de los hombres por profunda vergüenza de un crimen incestuoso. Parece decirnos este cuadro los ingredientes mismos de la creación: colores, música y conocimiento.\n\nLo he recibido esta mañana. El mensajero de DHL, impulsado tal vez por morbosa curiosidad, insistió en que se trataba de una entrega personal y que debía recabar la firma del receptor del envío personalmente. Llegó hasta la biblioteca acompañado por Fritz y al verme sin la esperada camisa de fuerza o babeando como un energúmeno, casi no podía ocultar su decepción. A través del plástico con burbujas de aire que lo protegía, lo he reconocido en seguida, y mi emoción ha sido la misma de aquella mañana luminosa en que lo contemplé por primera vez en la Sala Carlos Pellicer, del Museo de Arte Moderno del D.F.\n\nPodría ser la celda de una cartuja —o, tal vez, irónicamente— la eburnea torre en la que los artistas se encierran o —ay, a veces—, son encerrados. Pero la misteriosa artista, en pacifica concentración, entregada a su taumaturgico disfrute, dibuja aves, que cobran vida, merced la estelar luz que entra por una de las ventana y que mágicamente parece ser convocada por el triangulo de cristal que ella sostiene en la mano izquierda. El espectador o testigo de este pasmoso espectáculo percibe la destreza y agilidad de la mano creadora, porque apenas si remonta el vuelo uno de ellos, otro está ya cobrando vida aún cuando no se le haya terminado de colorear la cola. Un tercero no ha tenido tiempo aún de abandonar su nido de creación y otro más no se decide a marchar y picotea algún mendrugo en el suelo del taller.\n\nSin refrenar su admirada curiosidad, y quizás envalentonado por la concentración de la artista en su propio arrebato creativo, el espectador se invita al singular taller y constata las especiales maquinas y atrezos de esta nocturna operaria: a su diestra una suerte de retorta, conformada por dos ovos —aunque visto y considerado el resultado final de la artistica producción podrían también ser dos mágicos huevos— unidos por una valvula y sostenida en gracioso equilibrio por un trípode.\n\nLa retorta es alimentada por una larga y sinuosa pipeta que se conecta con el exterior y que aporta maravillosa materia primera, ya que por prodigiosa alquimia vemos que de ella se destilan los colores básicos y primigenios de la pintura: rojo, azul y amarillo, los cuales según los teóricos cromáticos del siglo XVIII —entre ellos Goethe—, podían por sustracción engendrar todos los colores del arco iris. Aunque una mirada más lega y menos jactanciosa nos incline a pensar en la sangre, el agua y el oro, como los elementos básicos que los alquimistas medievales utilizaban en su búsqueda por la piedra filosofal. Una mezcladora a manivela permanece abandonada al fondo de la habitación, quizá mostrando una fase superada del proceso creativo. En el angulo dos prodigiosas botijas intercambian liquidos de manera autónoma.\n\nLlevados por un ingenuo optimismo, habíamos pretendido caminar por la avenida más larga del mundo, desde Coyoacan hasta el casco antiguo y después de apenas un par de horas debimos abandonar ahogados por la altura y el tufo inclemente de los coches. Y sin embargo, nuestro agotamiento se disipó por encanto al ingresar al museo, y contemplar sus cuadros.\n\nConversando sobre las pinturas de Hieronimus Bosch le hablé de ella a la doctora Montserrat Pí, mi psicoanalista. Ella sólo la conocía de oidas y se emocionó mucho cuando en una de nuestras sesiones le dije que Remedios Varo era casi su paisana, pues había nacido en Anglès, cerca de Gerona, y quedó encantada con la anécdota según la cual, García Márquez le puso su nombre al personaje más misterioso de Cien años de soledad, después de conocer sus pinturas, allá en México, ciudad donde ambos habían coincidido sin saberlo y donde Remedios había muerto cinco años antes de que García Marquez terminara su novela.\n\nAhora recibo una de esas maravillosas y carísimas reproducciones que el Museo de Arte Moderno de México vende con certificado de copia artística. Reconozco la fina caligrafía de la Montserrat, de trazos inseguros debido a la ceguera: “La creación es una manera de sacarse los pájaros de la cabeza”, me escribe con una cierta ironía y al final me pone un emoticón de “guiñar el ojo”. Me gusta tocar la madera —masonita, se llama según la breve descripción que acompaña la reproducción— sobre la que está pintada “Creación de las aves”. No es muy grande, sólo 56x62 cm. Es tiempo de remover el cartel que hace publicidad al museo de arte de Basilea, —Pienso, mientras mentalmente calculo el espacio disponible en la única pared libre de la biblioteca. \n\nNo tengo a mano ningún libro sobre Remedios Varo o Leonora Carrington —amigas intimas y nombres que se pronuncian inseparables como Picasso y Bracque, como Verlaine y Rimbaud—, pero me prometo leer sobre ella, sobre ese furor atemporal de crear un mundo similar al del Bosco más de mil años después. Entender las palabras de Octavio Paz, sobre ella: Un verdadero artista no es un ser ejemplar: es un ser fiel a sus visiones..\n\n
    Continuará
    \n\nfree web stats
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  • 2008-12-10 17:31:01
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  • Remedios la bella, Remedios Varo y las locuras intemporales
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