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  • \nHermano, no sabes que la muerte te está próxima, que cada día que pasa, la muerte aflora en tu rostro: mírame, yo me estoy muriendo, mi alma vaga ya entre las tinieblas eternas. No supe darme cuenta que en mi vientre portaba no sólo la lujuria y la pasión que me empujaba a revolcarme en el pecado como los cerdos en el estiércol, sino que también ahí en mi vientre, de donde manaba el fuego de entre mis piernas, ahí se encontraban ya las repugnantes larvas de la muerte.\n\nAbandonad el pecado, hermanas, especialmente la lujuria que mancilla vuestras almas y que os aleja de la salvación. Cuando la viperina lengua del amante recorre tus piernas y sientes que el placer te enloquece, y crees que el fuego de tu vientre está siendo expulsado por tu garganta pecadora. Cuando sientes que tus pechos endurecidos por el aliento maligno del propio Luzbel te explotan y que tu cuerpo pecador no da abasto para recibir la piel de tu embrutecido amante. Recuerda que cada centímetro de tu piel se está cubriendo de las pústulas hediondas del pecado. Recuerda que mañana a medianoche se acabará el mundo, que tu alma arderá en el fuego eterno y que no hay salvación para ti. Tus ojos verán arder a tu cuerpo, porque fueron los que primero pecaron cuando se abandonaron al placer de contemplar el cuerpo de tu amante. El carbón de sus ojos cuya mirada sabía atizar el demonio de tu bajo vientre y la furia de tus pechos, será el carbón que hará arder la hoguera de tu castigo eterno. No es el séptimo cielo el que crees tocar con tus manos, cuando tu pasión insana hace que te estremezcas de placer, y tu mente busca la lanza humana que se hunde en lo más hondo de tus entrañas transida de placer: estás llegando al infierno.\n\nLos sermones de Paula han mantenido en vela al instituto la noche pasada. Paula C. es la última de las ingresadas en nuestro manicomio. Su voz ha resonado hasta bien entrada el alba a través de los tilos del jardín, como una lejana letanía, en una mezcla de italiano con el más puro acento toscano sazonado con citas de latín bíblico del libro del apocalipsis. Ni los potentes fármacos ni el electrochock que se le aplicó este mediodía parecen calmar su vesania apocaliptica. Paula C. es una presentadora de televisión que se enamoró de un jovencísimo y nobel cura italiano. Cada fin de semana del pasado verano, ella viajaba a Portofino y allí en una gruta entre las rocas, Paula C. y Manlio daban rienda suelta a su amor prohibido. Una cueva al lado del mar, en la cual el padre Manlio había improvisado un enorme lecho, unas antorchas de estilo pirata y un gramófono a baterías en el que sonaba incansable la música de Debussy y Falla.\n\nGonzalo, el enfermero celador del pabellón femenino, me cuenta gozoso y sonrojándose la historia de Paula C. y me da detalles extraídos de las revistas en alemán que él ha leído diccionario en mano. Hace algunas semanas, su prohibido romance fue descubierto, y la prensa amarilla se ensañó con las pecadores. En vez de una simple denuncia, un grupo de paparazzis emboscaron a la pareja en plena incursión erótica a la luz de las antorchas. Las fotografías fueron vendidas por millones de euros y parece que llegaron a Roma el lunes mismo. El pobre padre Manlio, encargado de la riquísima parroquia de Portofino, uno de los más lujosos balnearios de la costa Ligure italiana, decidió arrojarse por uno de los numerosos acantilados. Para completar el rocambolesco escándalo, el padre Manlio pertenecía a una poderosa familia industrial italiana y ahora Paola C. se ve acusada de corrupción y seducción. El escándalo es mayor aún vista la diferencia de edades entre la madura presentadora del telediario de las veinte y el pobre Manlio que apenas había cumplido 23 años.\n\nLa armoniosa voz de Paula C. resuena nuevamente a lo lejos, nunca la vi en la televisión, ni oí hablar de ella, creo reconocer en su discurso un pasaje de las "Oraciones Funerarias" de Bossuet, gran orador, arzobispo de París y terror de los monarcas europeos en el Siglo XVII. Sus sermones hicieron durante varios años estremecerse a la pecadora nobleza parisina, la cual en cuaresmas, semana santa, domingo a domingo y en las restantes ochenta y dos fiestas de guardar anuales se apiñaba en la Catedral de Notre Dame y clamaba por su salvación. \n\n
    Venid y ved en un mismo objeto el fin de vuestros destinos y el inicio de vuestras esperanzas; venid y ved en su conjunto la disolución y la renovación de vuestro ser; venid y ved el triunfo de la vida en la victoria de la muerte: Veni et vide.\n\nO muerte, te damos gracias de la luz que arrojas sobre nuestra ignorancia: sólo tú nos convences de nuestra bajeza, sólo tú nos haces conocer nuestra dignidad: si el hombre se estima en demasía, tú sabes reprimir su orgullo; si el hombre se desprecia demasiado, tú sabes mostrarle su coraje. Tú le enseñas esas dos verdades, que le abren los ojos para mejor conocerse: que es despreciable por pasajero y delicuescente, e infinitamente estimable en tanto que él se completa de cara a la eternidad.
    \n\nSuena el teléfono de la Biblioteca: es Fritz, quien me anuncia el fin de la jornada. Pienso en Paula, en sus paroxismos eróticos y decido que unos cuantos Xanax quizá me ayuden a olvidar su locura y la mía, al menos esta tarde.\n\n \nBlogs HO
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  • Esta noche el fin del mundo
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