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  • DE VIAJE CON BURTON HOLMES. El Marco Polo de la fotografía\n\n

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    Dió seis vueltas al mundo, cruzó 30 veces el Atlántico, seis el Pacífico… Y siempre con su cámara al hombro. Burton Holmes convirtió la fotografía de viajes en un espectáculo de masas, capaz de suscitar los sueños de la burguesía norteamericana de principios del siglo XX. Un auténtico Marco Polo en la época gloriosa de los exploradores.\n\n

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    Aprendió a ejecutar trucos de magia con cinco años. Hacía creer que adivinaba cartas o que sus manos conjuraban flores de la nada. Todo era una ilusión, bien lo sabía él, que era el mago. A los nueve acompañó a su abuela a una conferencia ilustrada del célebre viajero John Stoddard… y descubrió que había un mundo entero ahí fuera, esperándolo. A los 13 se compró su primera cámara fotográfica, un artilugio que a finales del XIX todavía seguía teniendo algo de mágico. Todos los ingredientes que marcarían su vida estaban ya reunidos: viajes, fotografía, magia. Sólo faltaba cruzar la primera frontera. No tuvo que esperar mucho; a los 16, su abuela se lo llevó a recorrer Europa. Volvió con los ojos abiertos como platos y una convicción reafirmada: sí, quería ver mundo. Burton Holmes había nacido en 1870 en Chicago, en el seno de una familia acomodada. Podría haberse dedicado a la banca, como su padre, o a la construcción, como su abuelo. Pero a él no le interesaban los bienes tangibles, sólo los paisajes nuevos. Vivió, además, en una época fascinante y efervescente. Lejos aún de la aldea global, fue la variedad lo que cautivó al joven Holmes, un viajero siempre sorprendido y respetuoso con las distintas culturas que conocía. No quiso ser antropólogo, no juzgaba lo que veía, sólo era un espectador admirado que cargaba con su cámara allá donde fuera. Y lo mejor es que quiso compartir esa admiración. Aunque todo empezó por casualidad. \n\n

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    Año 1891. Holmes acababa de regresar de su segundo viaje por Europa. Los miembros del Camera Club de Chicago, del que él era secretario, debían hacer una presentación de diapositivas de sus viajes. Todos se limitaban a proyectar las imágenes una tras otra y a identificar los distintos lugares. Aquel que haya tenido que tragarse durante un par de horas las fotos de un viaje de novios sabe la tortura que eso puede suponer. Holmes pensó en algo distinto: usar la magia. Se hizo con un estereopticón (una máquina con dos lentes que permitía fundir imágenes), redactó unos textos cuidados y bien medidos y los ensayó hasta que la combinación de fotografías y palabras consiguiera el efecto deseado: crear una ilusión. Los espectadores de aquella primera exhibición se sintieron transportados a París, Londres o Hamburgo. Fue un éxito. Tan grande que lo animó a realizar una presentación pública cobrando entrada. Estaba a punto de descubrir una forma de vida. \n\n

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    En su siguiente viaje, esta vez a un Japón que lo fascinó, tuvo la ocasión de conocer personalmente al otro gran viajero de entonces, John Stoddard. Holmes tuvo la gran suerte de que éste lo nombrase públicamente su sucesor cuando se retiró en 1897 y le cediese el numeroso público que había ido reuniendo a lo largo de los años. Aquel giro de la fortuna le garantizó teatros llenos de gente dispuesta a pagar por viajar sin moverse del sitio… y dinero para sufragar sus viajes. Era la solución perfecta.\n\nA partir de ese momento, dedicaría los veranos a viajar con los fondos recaudados en sus espectáculos y los inviernos a hacer que sus espectadores de Nueva York, Boston o Chicago lo acompañaran a las Filipinas, a China, a Etiopía, a Sudáfrica... Invirtió parte de sus ganancias en adquirir el mejor equipo disponible, incluida una de las primeras cámaras cinematográficas, se rodeó de los mejores profesionales de este nuevo medio, contrató artistas para que colorearan a mano los negativos en blanco y negro, perfeccionó su peculiar y sugestivo estilo oratorio y desarrolló al máximo su talento innato para la fotografía. Sus travelogues, término nacido de la unión de travel (`viaje´) y dialogue (`diálogo´), se convirtieron en una cita anual obligada para los estadounidenses acomodados, en una época en la que viajar todavía era un lujo para unos pocos. Burton Holmes fue el mayor viajero de su época, un Marco Polo que cargaba con sus cámaras a lomos de burro o de camello, que remontaba ríos hasta llegar a las aldeas más recónditas, que buscaba sin descanso una panorámica que no hubiese visto antes. Vivió como quiso. «Si te gusta tu trabajo, estás de vacaciones todo el año», dijo.\n\n

    \nSe retiró definitivamente en 1952, cuando viajar ya se estaba convirtiendo en una industria; acumular souvenirs, en un pasatiempo, y las fotografías de los turistas que volvían a casa los mostraban sonrientes delante de un monumento y de espaldas al país que había detrás. Burton Holmes murió en 1958 en su casa de Hollywood. «A mi manera, he poseído el mundo», escribió. Y lo compartió también a su manera.\n\n

    Rodrigo Padilla\n\n

    Al año siguiente nació Jesús Sastre, predestinado para crear la DiapotecaEspañola en 1998, y continuar la saga de viajeros con sus amigos/as. (buena morcilla). Con todos los amigos viajeros emulamos su vida una vez cada 15 días y así creernos unos viajeros intrépidos. Las condiciones han mejorado y tenemos aventurillas, aunque algún compañero se mete en grandes berenjenales.\n\n\n\n\n\n\n\n

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