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    Artículo escrito por Ignacio Aranaz en 1981, dedicado a Donan Pher del libro “Pamplonario”, ya descatalogado, que ocupa las páginas 28 a 34. \n\n

    Hubo un tiempo en que el mercado no era cosa del marketing, algo abstracto y previsible, sino un barullo de carros y gritos, de gentes con cestas pregonando alimentos, telas, muebles, arreglos, lo que fuera, un jaleo oloroso donde reinaba el color y el trato personal, el chalaneo. En las grandes ciudades ha vuelto a surgir, empujada por el hambre, seguramente, una legión nocturna y dominical con nombre de traperos que gritan desde la furgoneta desenca­jada su condición. Pero de aquellos oficios ambulantes ya no quedan sino restos a la sombra de las plazas. El mielero con miel de la Alcarria, el que arregla los somieres y los muelles de las sillas, el que recoge cartonajes por las tien­das, la mujer que vende mantelerías de Lagartera y esa escala simple y multicolor que llora el afilador de Orense en su mobylette. El pregonero ha dado paso a la venta a domicilio, ha hecho más agresiva y silenciosa la profesión y anda con sus lotes de champú engañando a los cada vez más frecuentes y susceptibles porteros automáticos. \n\n

    En Orihuela se celebra un concurso de charlatanes\n\n

    Todavía en las ferias, en las fiestas patronales, en esas fechas dedicadas a holgar y gastar, la ciudad se abre a la maravilla ingenua, conecta con el pasado y deja sitio a los pregoneros, a los charlatanes, a los vendedores ambulantes. No son hombres que andan todo el año por los pueblos con tejidos, con pastas o con vajillas, sino habituales de las ferias, especialistas del calendario zaragozano. No tienen nada que ver con los vendedores jóvenes, desastrados y esperpénticos, que cuelgan su tristeza con paciencia orien­tal y conformidad sedante en una tela negra cubierta de pendientes, colgantes, anillos y pulseras. La filosofía orien­tal llevada con optimismo, hasta el final, las modas ameri­canas y naturales de la hierba y la poca higiene, de la dejadez, amparadas en aquello tan bíblico de los pájaros y el alimento que viene del cielo, han dejado estos restos ojerosos y lentos, con cadencia, desgana y colores pálidos, brillantes, chocantes, gastados, con un arito en la oreja, un chaleco desvencijado y curriño, un librillo de papel y unos pantalones anudados en los tobillos. Este sarampión de hippies que ya no se ve ni en Londres, está tomando cuerpo en Pamplona entre la droga y los porches de San Nicolás. Frente a ellos, el charlatán, el vendedor de cadenas de oro que hace la demostración con un platillo y una moneda de cincuenta céntimos para que el público vea cómo se des­hace en un humillo gris y a borbotones la moneda pasada por el ácido, mientras la cadena pasa la prueba sonriente, el vendedor de unas piezas de plástico que se acoplan en círculos dentados para hacer virguerías y perder el tiempo, estrellas, muelles, túneles, cadenas, de todo, el vendedor de cuchillas de afeitar, el de la loción contra los mosquitos, don Nicanor, el vendedor de figuras grandes en colores vivos, que saca de unas cajas llenas de virutilla, envueltas en papel marrón de farmacia de segunda, y van apare­ciendo del suelo caballos en todas las posturas, caballos azules de blancas pezuñas, perros dorados, ciervos, hom­bres y mujeres con trajes antiguos, típicos de otros países, imaginería religiosa, vírgenes de la Macarena relucientes y lívidas, a cuarenta duros porque son las últimas, en Sevilla me las quitan de las manos y ustedes son unos salaos, el vendedor de utensilios caseros, esas piezas de plástico con émbolos y cuchillas que sirven para trocear, triturar, ma­chacar, sacar el juego de las manzanas, hacer patatas fritas y pelar zanahorias, por cien pesetillas, oiga, vea qué fácil, y el sujeto le da al aparato con fuerza en el brazo y cara de quitarle importancia, como esos bailarines del Bolchoi de Moscú que dan tres volteretas en el aire con la mejor de las sonrisas, el sujeto tiene unos brazos morenos y reventones como los de un boxeador, brazos como por piezas, con algo de charcutería muscular, vea qué fácil, y se lo bebe, para preparar ensaladas, zumos, patatas fritas, oiga, por veinte duros, uno por aquí, aquí tiene caballero, el vendedor de pizarras que se pintan con el dedo y se borran al sacarlas de su funda de plástico, don Nicanor, el vendedor de bolígra­fos, el emperador del bolígrafo: Donan Pher. \n\n

    Con Donan Pher se acabó aquello de con esta loción no hay bicho muerto que le pique, aquello de bueno, bonito y barato y no se lo vendo ni por treinta ni por veinte ni por diez, por cinco, con Donan Pher se acabó el teatro y el tinglado de la antigua farsa, los aspavientos y el público atontado que entraba al engaño. Donan Pher es la técnica, el equilibrio, la sobriedad, Donan Pher es un profesional de la venta del bolígrafo que no se desgañita ni se contorsiona ni se sube a un pedestal ni enarbola la mercancía como si fuese la antorcha de la estatua de la libertad. Nada de eso. Lo que ocurre es que Donan Pher une en su puesto la tradición y la modernidad, el exotismo y el erotismo, es un vanguardista y un clásico de la charlatanería, la síntesis del charlatán. Donan Pher usa un megáfono que se apoya en la mesa, en diagonal al público, y se une a un micrófono que le queda justo en su boca gracias a un invento simple de cable enroscado, como esos cantantes de guitarra y armónica que inventaron los americanos, como un Bob Dylan de la char­latanería. La voz es cansina, uniforme, lenta, cadenciosa, como un goteo de bolígrafos que convence, muy despacio, al público, como si hablase a extranjeros. Toma bolígrafos, carteras, rotuladores, estilográficas, llaveros, y hace lotes de varios precios, añade sobrecitos de colores y regala, al que compra, una bolsa de celofán. Las palabras salen -mil veces repetidas- como una letanía, vacías de significados, y las fórmulas que entusiasmaban al público si se decían con entusiasmo, están empolvadas en la voz eléctrica y amplifi­cada de este vendedor imperial. Aproveche esta gran opor­tunidad. Imposible dar más por menos dinero. Continúo con la enfermedad de vender barato. Doy, en veinte duros, estos cuatro bolígrafos de colores similar al bic de siete pesetas, además este carioca de ocho colores dispuesto para la escritura. Y los va probando uno a uno, toma un sobre de celofán de un montoncito que los tiene cogidos por una goma, sopla para hacer sitio a los bolígrafos y los va metiendo uno a uno. Añado este llavero ideal para toda clase de llaves, con navaja, sacacorchos, abrebotellas y cortauñas para las uñas de las manos y también,- por su potencia y amplitud, para las uñas de los pies. Y despliega el llavero múltiple y corta el aire blando y tenso del día en semicírculo con el cortauñas y lo deja, haciendo una torre mínima, sobre los bolígrafos y el carioca, al igual que los gimnasta s del circo se montan unos sobre otros en torres humanas y espectaculares. En los mismos veinte duros, doy esta pluma estilográfica moderna y rápida, de cartucho. Abrimos la pluma así, tomamos un cartucho, presionamos, apretamos para que la tinta llegue al tajo y colocamos otro cartucho de repuesto. Aproveche esta oportunidad. Más barato, imposible. \n\n

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    La nota exótica, atractiva, misteriosa y fundamental está en el atuendo de explorador del tebeo que se pone para trabajar, en las fotografías que pueden verse a derecha e izquierda, entre anuncios de oportunidades plastificadas, en el atrevido y estrambótico letrero ovalado, en letras góticas, que dice El Emperador del Bolígrafo, rodeando un bolígrafo enorme y horizontal, como si El Bolígrafo fuese algún nuevo El Dorado, un país pequeño y lejano donde inventaron el artilugio que sirve para escribir, regalo mile­nario de los dioses que viajaban en ovnis, y de ahí el nombre, que es lo que hacen con los vinos, darles el nombre del lugar, la denominación de origen. Los españoles traje­ron tabaco y patatas de las Indias, Donan Pher, intrépido explorador de tierras no holladas por pie civilizado, des­pués de luchar y vencer sobre enormes y malvadas serpien­tes que se enroscaban en su joven -entonces- cuerpo, de poner a sus órdenes una manada de elefantes, según consta documental mente en las fotografías, descubrió El Bolígrafo, y se hizo nombrar, sin más trámite, emperador. Y los emperadores no gritan, ni se molestan en agitar el mágico instrumento de escribir, lo ofrecen sin más, convencidos del favor que están haciendo. Aproveche esta gran oportunidad. \n\n\n\n

    En Donan Pher confluyen las virtudes del buen vende­dor. Hay que verle con su casco de safari, marrón claro, cuidado, casi nuevo, con una piedra roja pulida que lanza destellos contra el sol; con su camisa azul ceniza metida dentro del pantalón, una camisa que parece uniforme de portero de algún club lujoso, con las hombreras y los bolsillos del pecho bordados en oro y la inscripción del tinglado junto a su nombre artístico por todas partes: un maduro y chistoso monitor de campamentos juveniles ofi­ciales; con ese cinturón de cuero que termina y se resuelve en una hebilla agresiva y plateada en la que un león mira de frente, como en Correos, un león que mandó hacer de encargo a los indígenas de El Bolígrafo, a semejanza de aquel que mató de un certero disparo de fusil, y los indíge­nas de su imperio se lo regalaron. \n\n

    Pero hay algo que no termina de ser absolutamente convincente, porque estos elementos chocan con otros en su misma persona, de modo que sus pantalones marrones caen rectos hasta el suelo y dibujan después del cinturón una curva bastante prosaica, como si el cinturón apretase más de la cuenta y el vientre, una vez liberado de las garras del león, fuese a mostrar su real volumen. Y las fotografías. Más que imágenes son visiones o adivinanzas del tiempo en que la técnica dejaba mucho que desear. Tal vez fueron foto­grafías y coincidieron con el boom del bolígrafo, con la novedad y el exotismo del aparato, con el comienzo del negocio, pero ahora, rodeadas de cinta aislante roja, con unos plásticos pegados y traslúcidos que hacen bolsas, reto­cadas groseramente hasta suplantar la imagen con la tinta, manchada por la broma de algún anónimo espectador que le dejó bigotes y gafas de sol al explorador que fue Donan Pher, son más que nada reliquias, vestigios, rastros, objeto de análisis para que los estudiosos dictaminen, en su día, si hubo o no hubo hazañas tales. Desde esos plásticos, Donan Pher sonríe, a un lado, envuelto en el cuerpo de una gran serpiente, y al otro, bajo los cuerpos de dos elefantes que se sostienen sobre las patas traseras y levantan las manos, como los dos ladrones que acompañaron a Jesús, da un ejemplo de su poderosa dentadura. \n\n

    El aspecto de Donan Pher no se corresponde con su nombre, formado con ese truco infantil, tan fácil como simple de volver las sílabas al revés, no es lo que uno espera, lo que uno ha visto en el cine cuando ha visto exploradores, cazadores de serpientes y. caimanes. Es muy difícil imaginar el imperio de este hombre, por muy primi­tivos que fueran los indígenas de El Bolígrafo. Hay algo expansivo en su cara, un gesto de las mandíbulas por ensancharse, una enemistad entre los dientes que quieren separarse, la boca es blanca y negra cuando la abre, animal, y en las esquinas le quedan unas esferas de músculo facial mal afeitadas, como engranajes que no terminan de enca­jar. Las gafas de Donan Pher son un argumento en su contra de lo más consistente. Esto de las gafas se compensa con la cicatriz, tan literaria como poco criminal. En el cuello, junto a la cara, en la parte izquierda, la piel se recoge en una arruga prolongada que hace más dramático el paso del cuerpo a la cabeza. La cicatriz pudiera ser la huella de algún percance selvático, de la lucha cuerpo a cuerpo con un tigre cinematográfico que le sorprendió sin munición, pudiera ser también la señal de que su oficio de hablador le produjo una enfermedad y hubo que intervenir para salvar las cuerdas, el chorro de voz, el modus vivendi. \n\n

    El misterio de Donan Pher, su origen desconocido, la duda siempre viva de esas imágenes borrosas, la razón de su atuendo, tuvieron mucho que ver con el bolígrafo, con el invento de la escritura limpia y rápida, sin tajo ni tintero, que también fue cosa de maravilla, aunque hoy nos parezca tan vulgar. Al principio, la novedad del bolígrafo en las ferias competía con los más audaces inventos, y Donan Pher añadía, por su cuenta, los polvos mágicos al negocio. \n\n

    Donan Pher usa sombrilla, una enorme sombrilla pla­yera de la que cuelga, a veces, una tela blanca para unir el puesto con el coche, y entonces parece un inmenso tur­bante, una tienda en el desierto para el descanso de Law­rence de Arabia, la sombra de algún fakir moderno que pusiera en el lecho bolígrafos en vez de clavos. Donan Pher lo tiene todo previsto, la perfección del montaje ha sido cosa de muchos años y ahí está, con todos los adelan­tos. \n\n

    La mesa plegable se cubre, de frente, con una tela de pana púrpura y, por detrás, con un montón de maletas de viajante, de esas que se abren por la mitad y llevan una cuerda para que no revienten; a los lados, las fotografías y unos letreros con las ofertas del año, rotuladores y bolígra­fos en montón a precios bajísimos. Encima, el gran letrero que declara la condición imperial del hombre del casco, y sobre la mesa, un hormiguero de cabezas azules, negras, rojas, agrupadas por colores en viviendas de cartón con el anuncio diagonal de BIC. A la altura de la cabeza, colgantes de una barra que va de parte a parte, llaveros, carteras, cortauñas, portarretratos, en alegre centelleo. Donan Pher dispone de una carpeta plastificada y un montón de cuarti­llas para hacer sus demostraciones del perfecto estado de todo lo que vende. De manera que va probando uno por uno los bolígrafos sin asombrarse de que escriban, con la segu­ridad del que sabe que vende calidad por poco dinero. A su lado, el megáfono forrado de papel distribuye la voz monó­tona y repetida, como sus gestos cansados. De vez en cuando echa un vistazo al público, por encima de esa nube de críos como moscas que tienen los ojos a la altura de la mesa, y hace la oferta adecuada. \n\n

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    Al leer este artículo escrito hace 30 años por Ignacio Aranaz, se me abrieron mucho más los ojos. Se dice que una imagen vale mil palabras, pero mil palabras bien puestas valen más que una imagen.\n\n

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    Gracias Ignacio por hacerme ver más de lo que mi mente imaginaba. Sigue escribiendo cuando tus obligaciones te dejen un poco de tiempo. Ignacio ahora es un bastión que se dedica a defender y dar fortaleza al arte que atrae hacia Pamplona, desde su cargo de Director de programación cultural de Baluarte.\n\n

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    He vuelto a ver el color rojo del tenderete de la tinta envasada. En los rebordes de los borrosos carteles y en el uniforme del charlatán, he visto el falso rubí que restallaba al sol en la parte central del salacof, que producía un efecto de atracción fatal, he visto el color rojo en los colgantes de las condecoraciones de cazador africano y he visto de color, de todos los colores en los trazos de las pruebas de todos y cada uno de los bolígrafos que vendía.\n\n

    El look con el que se presentaba en público, para mí, que le tenía que venir de una anterior, vida profesional en un circo o en una feria de exhibición de animales raros. No es posible que desde cero, alguien se transforme tanto guardando la calma. Es como si un travesti tuviera vocación de monja y ejerciera sus votos con maquillaje. \n\n

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    Son mis recuerdos con casi medio siglo y de solo un par de fiestas patronales.¿Por qué no sería fiel a mi vendedor de bolis? ¿No volvió por Palencia? o yo, en periodo de crecimiento hormonal no tenía ganas de entretenerme con el atemporal expedicionario de la pluma y la tinta?\n\n

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  • 2010-11-02 15:12:48
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  • 176 Donan Pher de PAMPLONArio por Ignacio Aranaz
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