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  • La noche en Quinta Crespo refresca con la brisa que viene del Río Catuche bajando del Cerro Avila con gran ímpetu. A esta hora apenas se escuchan los verduleros llegando temprano al mercado municipal en esta Caracas adormilada pero sin descanso.\n\nApenas a una cuadra, como en un desván, la casa de lenocinio pululaba de toda especie en espera de clientes que ayudaran a salvar la larga jornada. Era el Claro de Luna y viernes de quincena. Ninguna señal ayudaba a encontrarlo salvo la larga escalera sin luz, pero era lugar de procesión para los camioneros que venían de todo el país a dejar su carga.\n\nLeiyumar esperaba como una araña en la esquina de su red. Muchos habían caído rendidos ante su hermosura salvaje, pero en su corazón no cabía nadie. Las cicatrices no dejaban espacio entre ellas. Se han ido acumulando desde la infancia perdida en su pueblo tan lejano, hasta los amores trágicos y sangrientos que han marcado su corta existencia, hasta ahora.\n\nLos hombres caían ante ella por razones desconocidas. Las había más hermosas, exuberantes y voluptuosas. Era la cara de yo no fui, capaz de revolver las mayores pasiones en su larga lista de admiradores. Todos querían una parte de ella, nadie lograba ni una sonrisa. Era como si estuviera muerta mientras todo bullía a su alrededor. Sus ojos oscuros reflejaban un vacío al cual se asomaban ingenuos justo antes de perder todo por ella. La colmaban de regalos, que dejaba indiferente en la recámara, para que otra se quedara con ellos. Su desprendimiento era total.\n\nNo había un hijo, ni una madre enferma, ni nada que rescatara su historia para quienes su esfuerzo se destinara a propósitos más elevados. Hombres o víctimas entraban y salían de su vida, como en un autobús sin descanso ni rumbo.\n\nEntonces apareció Elvir, distinguido de las fuerzas públicas que hacía lucir su ley en forma de arma de reglamento. Disfrutaba el poder amedrentando a quien se pusiera a su alcance, amparado por su uniforme y gorra de colores. La miseria se acompañaba de su absoluta impotencia.\n\nLa jornada aportaba ingresos mejores que los esperados y el afán de aprovecharla se notaba en la agitación del ambiente. Gritos y carreras se sumaban al caótico ambiente del fin de mes. A la sombra del bar, un uniformado bebe en silencio como si nada existiera en su alrededor. Por esa atracción fatal e inexplicable entre las almas marcadas, Leiyumar se acerca de su esquina en el fondo, y luego de una o dos confidencias arrastra consigo al efectivo hasta su lecho. La fiesta continúa por unos momentos como si nada, mientras unas carcajadas grotescas salen del cubículo recién ocupado.\n\nCada uno se dirigió hacia su destino. La gorra no pudo ocultar su desgracia, ni el pesado maquillaje de los oscuros ojos la sorna de su descubrimiento. Ella prendió un cigarro como para llevar la cuenta de los encuentros, mientras se devolvía a su esquina del fondo y no alcanzó a ver al desdichado marcharse por la única puerta del local.\n\nLa venganza tardó lo necesario para llenar de gasolina una de las tantas botellas dejadas en la estación de servicio vecina, improvisar una mecha y correr de vuelta a la fachada oscura. La deflagración fue tan violenta que el humo y el fuego cortaron toda posibilidad de escape. Afuera los esperaba el arma justiciera, adentro los cuerpos calcinados se concentraron en la esquina más lejana al escape.\n\nLos bomberos lucharon en recomponer la escena. Cuando llegaron a la última víctima, se persignaron ante quien parecía milagrosamente no haber sufrido los efectos brutales del incendio. Era como si estuviera viva, mientras el humo se dispersaba a su alrededor.\n\n
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  • 2010-07-23 11:29:33
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