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  • Dos colores
    \n\nUn viento frío recorrió de un extremo a otro el caserío, despertando a los perros que ladraron a las nubes. Las dos únicas bodegas activas de la localidad, abrieron simultáneamente las puertas, al tiempo que sus dependientes se daban la espalda del mismo modo. Un nuevo día llegaba a este punto de las planicies del Sur de Monagas, en esa Venezuela profunda y somera a la vez.\n\nRecuerdo a ese conjunto precario de casas de bloque, con su tanque metálico de agua construido en lo alto por el antiguo Ministerio de Sanidad y su logo amarillo, de una sola hilera en la calle en medio de la nada. Horas de viaje me llevan frente a una jungla tan sonora como exuberante, mientras cruzo ríos de dos colores, perdidos en la frondosidad a mi alrededor. Son kilómetros de esa llanura interminable, que van del Orinoco hasta Temblador a lo largo de una serie interminable de bosques de pino.\n\nDurante la primera visita me detuve en la bodega calle arriba. Salió de la trastienda una india hermosa y bajó los ojos sin dejar de reírse, al momento que abría una botella de soda tibia. Cancelé sin mediar palabra y seguí mi camino hacia la planta industrial, que se erigía en ese paraíso aún inocente del petróleo.\n\nEn mi segunda ocasión, al cabo de un mes, me detuve en la bodega calle abajo, donde otra india no menos hermosa que la anterior, destapó la soda con gracia similar. La sonrisa estaba en su lugar, pero había algo en su mirada que me incomodaba. La ocupación apresuró mis pasos y seguí como siempre, detrás de las horas.\n\nFinalmente me tocó al mes siguiente, visitar de nuevo la planta en construcción. Mientras cruzaba la única curva del camino, me tocó decidirme por una de las bodegas para saciar la sed. En ese justo momento una llamada de emergencia me obligó a seguir de largo.\n\nAl cuarto mes regresé con la curiosidad de ver de nuevo a alguno de los habitantes de este pueblo fantasma. Apenas me detuve en la bodega calle arriba, logré ver que en la puerta del otro establecimiento, se encontraba la persona que me atendió en la visita anterior, con los brazos en jarra. Saludé inocentemente y entré sin esperar respuesta. La sonrisa que recibí una vez adentro, era más de triunfo que de cordialidad. No reparé en ella, y seguí como siempre mi camino acelerado, de esta vida de viajero incansable.\n\nPero en lo que fue la última visita, conseguí los restos humeantes de ambos establecimientos. Me contaron los pocos lugareños que se animaron a salir a mi encuentro, que la batalla entre ellas las había llevado al extremo de quemarse las bodegas mutuamente.\n\nLa lucha por un cliente era realmente un asunto de vida y muerte, en esta esquina del mundo.\n\n
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  • 2010-07-26 00:44:15
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