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  • La casa de mis tías descansaba a medio camino de las esquinas de Páez y Girardot, con el número 40, en la urbanización modelo de los años 50 de Caracas, para entonces la Capital del Cielo. Largos pasillos comunicaban un par de patios internos cuya luz bañaba desde la sala del recibo hasta la cocina. Cuando se vinieron de Guasipati trajeron consigo la esencia de Guayana, desde la planta de romero hasta los arrendajos que siempre arrullaron mis vacaciones en esa pequeña jungla que se hacía infinita en los juegos de la imaginación.\n\nLes trajo la bonanza petrolera, primero al hermano mayor quien dio el salto desde Caripito, el gran terminal del Oriente, hasta una moderna oficina ubicada en la orilla Sur del Rio Guaire llamada Los Chaguaramos, donde el edificio imponente de la empresa se asentó frente al Avila. Luego llegaron sus hermanas hasta completar la familia con la abuela, en ese rincón donde la vida se quedó dulcemente atrapada por décadas.\n\nDos cosas recuerdo de esa época y ese lugar especial que marcaron mi niñez. La primera se remite a los remolinos que nunca dejaron de crecer en mi cabeza redonda, temeraria expresión capilar de la libertad, independencia e hidalguía, porque no hay que negar su altivez distinguida. Cada tantas semanas me sentaban en la tabla apoyada sobre los brazos de una silla de barbero y la máquina se encargaba de reducir esta resistencia hasta una pollina incipiente, de cuyas cenizas renacían como siempre esas flechas indobegables – en términos más que literarios.\n\nLa segunda se quedó congelada en una foto que me parecía tomada desde el inicio de los tiempos, por el mismo Daguerre quizás, sin marco, precariamente sujeta en el vidrio de la cómoda en uno de los cuartos vacíos, con una playa en dos colores de fondo, como las dibujó Reverón, donde aparecen una infante y una dama tomadas de la mano. Al reverso se leía “Tiziana e mamá”, con una caligrafía de la guerra en búsqueda de sobrevivientes.\n\nTiziana vivió en mi mente los últimos 50 años, siempre en la playa, al lado de su madre, inocente y eterna, en esa Isla de Elba tan histórica como lejana. Presente en los sueños de un soñador declarado que nunca se alejó de su nube y terminó incorporando a toda su familia a bordo. Hasta la fecha me acompañan en esta aventura etérea y voluble que se vive y disfruta en toda su imaginaria extensión.\n\nJugué, crecí, amé, viajé y seguí conjugando verbos de vida hasta que nuevas palabras explicaron las necesidades de cada edad, para las que nuevos verbos llegaron a ser conjugados en presente y otros esperan en su estación a lo largo de este viaje que espero nunca acabe, como las buenas ideas. Durante todo ese tiempo, siempre apareció esa imagen que servía de puente entre vidas e historias, uniendo continentes y ampliando familias, con su mirada inocente tratando de entrar en esta época y este lado del mundo. Tiziana era otro gen con el que crecí sin necesidad de contarlo.\n\nMedio siglo más tarde apareció Tiziana, con la misma mirada, ahora en colores. La trajo la red universal a la pantalla de mi escritorio y ahora es una amiga. O al menos eso dice la clasificación que nos empeñamos en asignar a todo lo que cae a nuestro alcance.Ella no necesita entrada en registro alguno que no sea filiar, como le toca a quienes comparten la sangre.Un personaje de mi familia, dictaba cátedra en la Universidad y luego de ser perseguido por sus ideas, se exiló por un buen tiempo. Cuando finalmente regresó a sus clases, luego de los eventos que devolvieron la decencia al país, en la mejor tradición Épica las primeras palabras que dirigió a sus estudiantes fueon “como veníamos diciendo”. Así llegó Tiziana.\n\n
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  • 2010-07-04 14:41:40
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