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  • La sabiduría \n\nHablé con el Shamán cuando el sol estaba cayendo, el único momento cuando se le puede conseguir sólo con sus pensamientos. No pude ver sus ojos porque los tenía cerrados, pero era cuando más veía. Murmuró mi nombre al acercarme sigilosamente, sin saber cuándo ni cómo supo que era yo. Pero así era él, imprevisible, imponderable y omnipresente.\n\nA su lado, a pesar de su muy corta estatura, uno se sentía pequeño. No había pregunta sin respuesta y muy pronto se sabía que ya ni siquiera había preguntas. Resolvía todo a todos y el ambiente a su alrededor así lo transmitía. A esa hora las nubes del cielo eran pronto suplantadas por nubes de mosquitos, pero a él ninguno lo picaba y mucho menos, lo molestaba, no parpadeaba, ni respiraba y estaba más vivo que nunca. Todo era demasiado pequeño para perturbarle su concentración y los resultados del trance, alumbraban en medio de esa noche oscura, intensa e inagotable.\n\nSu mente se abrió a la mía cuando iniciamos la conversación simple pero sabia, corta pero intensa, donde cada momento tenía su significado especial y todo lo que nos rodeaba cumplía una misión, desde entonces no he dejado de admirarle más y más cada día que pasa en esta apacible e integrada tribu, ubicada en el alto Orinoco donde sólo la naturaleza nos acompaña en nuestra sencilla pero enaltecedora vida .\n\nLa razón de mi visita era conocer más, acerca de la vida, de los hombres y especialmente, de las mujeres. Más de un guayuco ya turbaba mis sueños hasta ahora infantiles, donde los arcos y flechas miniatura, con las que cazábamos animales imaginarios, eran poco a poco suplantados con encuentros en el río, donde jugábamos igual que las parejas jóvenes, cuando eran vigilados por los niños que nos atrevíamos a salir a la selva en busca de emociones. Me despertaba con un gran desasosiego y mi cuerpo respondía de manera diferente a los mismos estímulos que conocía desde que nací, hace unos 12 años.\n\nEl Shamán me escuchó con todo su cuerpo, atento, concentrado, lejano pero presente, haciéndome parte de su visión, auxiliada por el Yopo y elevada por la chicha. El humo de su hoguera enmarcaba nuestras imágenes contra los últimos rayos de sol, que se colaban entre los gigantescos árboles que nos rodeaban desde hacía tantas generaciones y que habían presenciado las mismas conversaciones. Aspiró su pipa fuertemente, mantuvo su respiración por una eternidad y cuando finalmente salió del trance, dirigió sus pequeño ojos que lo veían todo y me dijo con toda su sabiduría - te esperaba.\n\nMe habló de nuestros dioses, de sus relaciones y preferencias, de la selva y sus habitantes, de los cuales no éramos ninguna excepción, del río y la cascadas, la nube y las lluvias, toda una cosmogonía que apenas podía absorber en ese momento, pero que escuchaba extasiado. Tener la oportunidad de estar con este personaje que ha vivido por siempre entre nosotros, era más de lo que podía esperar un niño en tránsito hacia su juventud, buscando una dirección en la vida.\n\nAl hablar de nosotros como hijos de estos dioses, me habló de la relación entre las parejas de hombre y mujer, descendientes del tepuy, de donde salieron los hijos e hijas al mundo con la misión de unirse, reproducirse y criar sus descendientes, de la misma manera que lo había hecho con ellos sus ancestros. Me vi en el tepuy, rodeado de la neblina y con las aguas a mis pies, con el mundo debajo, distante e infinito, todo verde, todo vida. Sus palabras me guiaron a lo largo del viaje de regreso, por el río de la vida, donde todo árbol y toda fruta tiene un propósito en quienes lo consumen. Mi canoa, construida con madera pura y fuerte, resistía con tranquilidad la potencia del río negro, que como un espejo reflejaba mi cara de niño con actitud de hombre. El largo viaje se hizo difícil y lo que me mantuvo a flote, fue mi creencia en lo que aprendí en esa montaña. Al final, el reflejo me mostró una cara de hombre, con la misma actitud que me permitió llegar hasta la orilla, la de un niño entusiasmado con la aventura de la vida que justo empezaba a recorrer.\n\nLas guacamayas y el resto de sus congéneres me trajeron al momento actual, cuando ya amanecía en la selva. El sol no había llegado pero avisaba su intención, el frío se estaba despidiendo y los animales salían a cazar y marcar sus dominios. Al abrir los ojos, me encontré solo entre los árboles y el río, sin Shamán pero con una reconfortante sensación muy interna de disponer de una leal y decidida compañía permanente, la cual no me abandonaría desde entonces, nunca más.\n\n
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  • 2010-07-07 11:22:01
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