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  • Como todos los días me dispongo a tomar el elevador del edificio de oficinas, y rodeado de rostros elocuentes y de profunda resignación, doy por iniciada mi jornada particular. Los ocupantes se ordenan lentamente, hacia las esquinas, mientras se aseguran de marcar su nivel de destino. Uno a uno, en un compás predecible, se empacan en esta lata de sardina vertical que nos transporta a otro mundo, al mundo laboral.\n\nMe tomo el trabajo antes de cada sesión con la que se suda el pan, de pasar revista a los que me acompañan en este vagón de recorrido vertical, con repetición vespertina, repleto de personajes que no dejan de brindar sorpresas. Como la del segundo piso, por ejemplo, que hoy Martes se viste de Lunes, loción incluida. Su pelo que cae hasta los hombros como un capote en plena verónica y su rostro rematado por un frontispicio al estilo helénico. Un monumento a la sencillez y al buen gusto.\n\nMe acompañan cada vez que llego dispuesto a la supervivencia absoluta, con una cortesía capaz de imponerse al tropel y para rematar, nos deseamos lo mejor que las horas siguientes puedan brindarnos. Leves gestos de cabeza, segmentos de sonrisas a medio camino, ojos que hablan y cejas arqueadas en claveMorse, son parte del repertorio de esta obra que nos eleva cotidianamente. Si hubiera un lenguaje universal, sería el del rostro, en el cual hasta las orejas tendrían su parte en esta sintaxis de cara. De la ortografía nos ocuparemos más tarde.\n\nSeríamos capaces de leer el futuro, interpretar el pasado y afirmar el presente con un simple pestañeo, de esos capaces de despeinarte, como la del cuarto piso. Rostro ovalado, ojos redondos y nariz de diseño – por darle un nombre al producto de esta genética tan generosa en dispensarnos un combinación que bien podría ser de marca – o de apellido. Llega en su afán por pasar desapercibida, pero es imposible no reparar en su presencia. Su piel me recuerda los duraznos en temporada, de elevada estatura y con un porte determinado. Su color adorna las paredes inertes del elevador y se vale de un aroma capaz de secuestrarnos desde tan temprano, hasta que tenga que explicarle a mi esposa las consecuencias de esta nube química. Estocolmo ya es un síndrome a esta altura.\n\nPero en la esquina opuesta al tablero de luces, escondida en su espléndido conjunto que lucha por devolver a la naturaleza las razones de la supervivencia de las especies, se encuentra la del último nivel. Indicativo de su casta, esa que flota por sobre la tierra que nos mantiene sometidos. Si sólo fuera por su cara inescrutable, su gesto incógnito y ausente, o la elegancia que le adorna sin proponérselo. Es la exclusiva combinación que logra adornar esta caja de metal entre las palpitaciones de cada piso, descargando almas en pos de su sustento.\n\nSólo la observo cuando arrancamos en este viaje impenitente, con el último pasajero abordando atribulado y sin esperanza. Mientras el protocolo de los mecanismos que aseguran las puertas inicia su procesión hacia el hermetismo, me permito apreciar cómo los primeros rayos de sol se cuelan por el reflejo de las ventanas y revientan contra esa esquina. Al llegar a su cara, arrancan destellos al maquillaje que iluminan el pequeño recinto, sin que nadie se percate. En la medida que la puerta va cerrándose, su rostro se va enmarcando gloriosamente, y el resto de las personas desaparece. El haz postrero desaparece bajo el infinito de sus ojos negro, dejando la punta de su nariz como un faro, con los vestigios luminosos que preceden a la oscuridad total.\n\nMañana será otro día.\n\n
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  • 2010-08-08 22:05:30
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  • El ascenso de la humanidad
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