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  • De improviso y causándonos un sobresalto mayor, las puertas se abren de par en par y de manera ruidosa, al tiempo que un grupo de deportistas, asiáticos para mayores señas, aborda el local. Se colocan al lado de la puerta en actitud arrogante con los brazos cruzados y lo siguiente que sabemos es la entrada magnífica del personaje por el cual, todos estaban esperando.\n\nComo si fuera un Khan, digno descendiente de ese pueblo mongol, con toda su voluminosa presencia, se impone el campeón de lucha Tai. Le identificamos por las fotos del altar repleto de trofeos. Esposo de la propietaria, de monumental estatura e ingentes proporciones, camina lenta y parsimoniosamente con la mirada oblicua barriendo el escenario que le pertenece.\n\nSentimos el peso de su expresión impersonal al dirigir lo que nos pareció un contacto visual a cada uno de nosotros, seguido de una rápida verificación del plato colocado en medio de la mesa aún sin haber sido tocado. Un gesto imperceptible apareció en esa cara cincelada a consecuencia de su deporte, similar a una sonrisa pero de perentorias consecuencias. La tarea de devorar nuestra ración resultó así impuesta. El castigo vendría de manos del atado de gorilas que le precedieron.\n\nEl tiempo que duró su entrada nunca finalizó realmente. Mientras se desplazaba hacia su mujer ubicada en ese instante a las puertas de la cocina, con los barros en jarras, empezó a sudar de manera copiosa. A pesar de estar sepultados para ese momento bajo la sombra de su inmensa espalda, nos pareció apreciar un leve temblor. Algo indicaba la cercanía de un terremoto. Había entrado inmenso, para cuando se plantó frente a la diminuta mujer, era una insignificante piltrafa.\n\nElla sólo lo miró de una manera insostenible. La diferencia de estatura era ya inútil. Sin decir palabra, esgrimió uno de los brazos a tal velocidad que cortó el aire, algo mortal para cualquiera con suficiente atrevimiento de colocarse en su trayectoria. El reflejo del pobre gigante fue aún más sorprendente. Ladeó la cabeza cerrando los ojos, dispuesto a recibir el impacto. Pero apenas era el comienzo, simple y dramáticamente señaló el interior de la cocina, acompañando un gesto de la cara que aceptaba una sola traducción universal; malas noticias.\n\nMientras escuchábamos el sonido sordo de golpes amortiguados, cacerolas y vajillas volando por la pequeña ventana de servicio de la cocina, todos quedamos helados. La sorda golpiza duró una eternidad, nadie dijo o escuchó a nadie decir nada. Se podía contar la secuencia de golpes, así como adivinar donde aterrizaban por el sonido de la espalda, del tórax, de la cabeza y de la cara. El grupo de estudiantes se hizo invisible inesperadamente, quizás por la utilización de un recurso practicado hasta la maestría.\n\nNo podíamos dejar de sentir pena, un sentimiento natural de solidaridad reaccionaba a cada sonido con un espasmo de nuestros cuerpos. El agotamiento nos había alcanzado.\n\nSin embargo de la misma manera inesperada que arrancó, así finalizó. Cuando menos lo pensamos, apareció la pequeña figura bajo el marco de la puerta, con las manos tras la espalda. Ni un pelo se encontraba fuera de lugar. Su mirada no obstante, todavía era un reflejo del fragor del encuentro.\n\nLos pocos pasos que le tomó llegar a nuestra mesa, lo ocupamos atropelladamente en devorar todas y cada una de las muestras de esa especie desconocida que ocupaba la bandeja. Engullíamos sin masticar, llenábamos la capacidad bucal a su límite para borrar la evidencia comprometedora. Sin poder mediar palabras, nos apresurábamos unos a otros en la misma medida que la afable señora se acercaba. Un movimiento reflejo nos hizo ladear las cabezas esperando ya lo inevitable. Nadie quería ver venir el golpe. Masticábamos aceleradamente lo que se había convertido en un inmenso bolo alimenticio. Era como un circo en una competencia ridícula.\n\n-¿Cómo les pareció el cangrejo bebé de río? – preguntó sonriente.\n\nPagamos sin vernos las caras, dejamos una buena propina y al salir, algunos logramos de manera indiscreta ver al gigantón, con la franela rasgada, lavando una montaña de platos y ollas curtidas, mientras gemía como un pobre crío.\n\nDesperté sonriendo. Me restregué la cara para rescatar el momento. Allí a mi lado se encontraba él, como siempre, leal y constante. Jamás me ha dejado, dudo que lo haga en el futuro. Aún no se ha sabido de un morral que decida su propio rumbo, espero que el mío no sea la excepción.\n\nMaiquetía, 11 Enero de 2007\n\n
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  • 2011-01-21 00:09:05
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