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Ocho de la mañana. Vuelo entre Valencia y Santander. Ventanilla, no fumadores (sí, ya se que ahora todos son no fumadores, pero me hacía gracia ponerlo). Primeros rayos de sol. En la ventana del otro lado del avión, una estampa bucólica. Dos niñas gemelas, angelicales, esperan el despegue. A mi lado, su madre, arengándolas.\nUna de ellas opta por echarse a dormir. Es una buena opción; se evade de las arengas, de su hermana y del resto de su familia, que se sienta justo detrás de ella. También consigue que el viaje se le escape de las manos. Cuando despierte ya será hora de aterrizar.\nLa otra opta por ponerse a solucionar sudokus. Cinco años me dice su madre que tiene el angelito, y ningún problema, insiste, para solucionar los de dificultad baja.\nY allí está, ajena y concentrada al mundo que le rodea, absorta en la magia de la lógica. Apenas hace caso a la azafata, aunque admite un vaso de agua que bebe al contraluz. Todos en el avión comentamos la madurez de esa chiquilla, así como la bonita estampa que ofrece su concentración.\nPero ¿acaso esa niña viaja todos los días en avión? ¿no siente ni la más remota curiosidad por todo lo que le rodea? no le pregunta nada a su madre, no necesita nada. ¡NO MIRA POR LA VENTANA!\n¿Cuándo se hizo mayor esa niña? ¿Cuándo dejó de observar? ¿Qué va a ser de nosotros?\nMe giro y miro por la ventana. Y me paso el viaje observando los paisajes de nuestro territorio. Estoy muy atento, a ver si encuentro las líneas del mapa. Si separan comunidades autónomas, serán contínuas. Si separan provincias, a puntitos.\n \n
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