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    Cargaba un guayabo prometedor, de los que me hacen prometer que jamás volveré a beber whisky, o a fumar, porque la noche anterior había recordado diez veces lo que era eso. \n\n

    Yo calculaba un desenguayabe digno, con dieciocho horas de cama, litros de agua y sus consecuentes visitas al baño para eliminar, pero no, bien madrugado a mi guayabo le tocó cogerse conmigo un avión a Cali, con sus treinta grados centígrados, su extendido paisaje de caña de azúcar, y ese mundo de salsa por descubrir.\n\n

    Allá llegamos con la idea de que nos recogerían, otra promesa al carajo. Por lo menos nos montaron en un bus gratis hasta Cali porque el aeropuerto estaba a treinta minutos. Apenas comenzaban las vacaciones y todo era visto como un golpe de suerte.\n\n

    Primera incursión en un taxi, los taxistas caleños que nos transportaron no tenían ni remota idea de cómo debe meterse el freno. Por cierto, Cali huele también a embrague rostizado.\n\n

    Desembarco en el hotel San Fernando Real, no hacer mucho caso del nombre. Saludo cordial por parte del recepcionista y entrada a la habitación.\n\n

    Botones más que educado, insiste en probar las luces, el agua, el congelador, la televisión y cuanta mierda se le ocurre, y nuestra correspondiente respuesta de que no, tranquilo, que ya vemos que todo está bien: segundo error garrafal.\n\n

    Siesta, cuerpo minado por el cansancio y los excesos. Hambre, sólo tenemos una empanada en el estómago. Pedimos comer en S.F.R ( siglas del hotel) y nos ofrecen almorzar en un salón olvidado, oscuro como un velatorio, alumbradito con 25 voltios. Cambiamos de parecer y el mesero nos despidió con decepción.\n\n

    Salida a almorzar al famoso Parque del perro. Los restaurantes buenos estaban cerrados, los malos abiertos. Y entre medias, una terraza con la denominación de pizzería gourmet. Mi guayabo, mi esposo, su guayabo y yo elegimos dos ensaladas idénticas y una pizza. Por no pelear evité decir que no me gustaba la pizza de anchoas: tercer error garrafal. \n\n

    La ensalada era cada una para una familia de cinco personas, un montón de hojas verdes con cuatro frascos de tomates secos saladísimos. La pizza, claro, por ser gourmet, también mostraba treinta tomates de esos y mil anchoas saladísimas entre un queso de cabra, que ya se sabe muy bien a qué sabe. Al llegar la cuenta nos obligamos a comernos tres pedazos más de la gigantesca pizza bicarbonatada. Los más de sesenta mil pesos de pizza fueron regalados a una señora de la calle a la que me tocó preguntarle si le gustaban las anchoas y las ensaladas selváticas. \n\n

    Entrada al hotel, cuando abrí el grifo de la ducha nunca salió el agua caliente. Duchazo helado y unas risas para sentir que las vacaciones siempre llegaban con sorpresas.\n\n

    Salida a la feria. El recepcionista quiso advertirnos de que no nos fuéramos a caminar sin rumbo, desobedecimos: cuarto error garrafal. Inmersión nocturna en un concierto callejero de música irritante y convivencia con niños drogadictos. Desenvuelvo la maniobra al ver que mi marido, vestido de lino como Danilo les llama mucho la atención. Entrada al hotel con el rabo entre las piernas. Preguntamos por la discoteca de la esquina y nos dicen que es "de las buenas", después de convencernos, nos dicen que si seguimos por el lúgubre restaurante encontraremos una puerta secreta a la mentada discoteca. \n\n

    Unos rones para avivar el guayabo y una picada de cerdo que fuimos incapaces de digerir vinieron a decorar nuestra mesita.\n\n

    Primeras quince veces que sonó Cali Pachanguero y su rival Oiga, mire, vea. Las bailamos como si fueran inmortales, como si nunca importara oírlas sin parar.\n\n

    Cuando el cansancio nos venció, nos fuimos a dormir. Subí los tres pisos que me separaban de mi cama porque seguía siendo claustrofóbica.\n\n

    La música se oía casi mejor en el cuarto porque la cama daba a los altavoces. A las seis de la mañana apagaron el ruido, pero empezaron a servir el desayuno en el cuarto de al lado. No conseguimos dormir, pero lo intentamos hasta las diez. Salida a desayunar, no quedaba más que pan y una cazuela de huevos salados. \n\n

    Duchazo con agua helada, salida a hacer compras en otro taxi talibán, sitio tranquilo, sin gente. Compramos un regalo para el abuelo. Comemos mejor.\n\n

    Nos empieza a salir el cansancio y el carácter.\n\n

    Segunda noche de perros en la habitación con Cali Pachanguero de fondo. Desconectamos la nevera porque hacía mucho ruido. Al bajarnos de la cama vemos que se ha descongelado y que hay un charco que cubre todo el suelo.\n\n

    No nos han arreglado el agua caliente. Sin duchar desayunamos como cavernícolas porque el hambre ocultaba peores instintos. Pedimos cambio de habitación.\n\n

    El recepcionista nos saluda sonriente, como la primera vez, pero cada vez que nos da indicaciones nos hace perder. No hay mapas de Cali en el hotel, ni en Internet, los caleños se orientan por infusión celestial porque el sur se vuelve oeste y el norte está cerca del centro, pero nunca podemos ir al centro; siempre está a tres cuadras "hacia allá".\n\n

    Un taxista nos deja en un restaurante que había visto por Internet, Al fin un lugar de mi entero gusto, pero al bebernos la botella de vino blanco terminamos peleando, y yo tuve que comerme mi pescado con gafas de sol porque se me escurrían las lágrimas.\n\n

    Llegada al hotel en otro taxi-matón. Nuestro nuevo cuarto es bastante mejor, hasta se oyen los pájaros caleños. Al llevar las maletas nos damos cuenta que se nos ha perdido el regalo del abuelo.\n\n

    Se nos ocurre ir a un desfile popular sin haber recibido ninguna recomendación, aparte de la del recepcionista. Después de caminar media hora nos ponemos en el tumulto a la espera del famoso carnaval de Cali Viejo. Con el calor, el sudor y los colados nos vamos metiendo en el ritmo, pero lejos de ser vistoso, el dichoso desfile es peor que los que se hacen en primaria: disfraces mal hechos, intérpretes de lira desafinada por todas partes y una carroza tristona que a la gente emociona. Decidimos abandonar y echar a andar a un centro comercial para comprar unas boletas para un concierto, convencidos de que lo ideal será oír música en un teatro.\n\n

    Lidiamos con mareas humanas y por fin llegamos al local de las entradas, pero nos informan que no se pueden pagar con tarjeta. Nos reímos y nos montamos en otro taxi a ver si de una buena vez nos matamos.\n\n

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    Dormí algo, despertando la envidia de mi esposo, comemos una granadilla picha que nos quedaba en la maleta y esa noche nos arriesgamos a ir a las taquillas del concierto. Compramos dos boletas en platea y nos sentamos felices. Mi esposo se duerme en la primera canción. Escasamente le caben las piernas en la silla y sabemos que será imposible bailar en aquel teatro.\n\n

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    Mañana será otro día, nos decimos convencidos que nos espera nuestra mejor noche en Cali. Vamos a otro centro comercial a comprar el regalo de la abuela, se me ocurre que quizá pueda recuperar el del abuelo si llamo a la tienda. Nunca me contestan el teléfono.\n\n

    Decido ir sola a recuperar el regalo. Discuto con mi marido mientras sonaba Oiga, mire vea. Es la noche de Juanchito, todo tiene que mejorar, aparte hay que salir pitando del hotel porque se viene el conciertazo, a menos de diez metros va a cantar en el estadio el enorme Vicente Fernández y Marc Anthony. Cuando llegamos al hotel las calles ya huelen a pis de hombre y caca de caballo, hay cientos de policías.\n\n

    Huimos a comer algo y conocemos a una pareja mestiza, como nosotros,\n\n

    Nos montan en su carro y nos depositan en una discoteca de dudoso gusto, nos despiden dejándonos ya instalados, sin alternativa para largarnos, con la obligación de bebernos media botella en aquel barra. Nuestros vecinos de enfrente bien parecen una prostituta y un viejo de unos 70 y muchos que nos miran como si fuéramos turistas. Cuando el viejo se emborracha con Cali Pachanguero, se tira al cuello de la mujer y parece que la asfixia por segundos, cuando la deja respirar le coge las tetas y se las bambolea ante nuestra mirada atónita. A mi esposo ya le hablan en inglés.\n\n

    Huimos para Juanchito. La discoteca es anterior a la Segunda Guerra Mundial, con luces rojas en cada mesa, pero la nuestra está fundida.\n\n

    Bailamos lo que podemos, nos empezamos a lamentar de lo que ha sido nuestro viaje. A nuestra derecha se sientan prostitutas. Cuando dejan de poner salsa nos vamos.\n\n

    El último día todo tiene que mejorar, imploramos. Nos hacen un masaje a cada uno y a mí me descubren tres espasmos y una desviación de columna.\n\n

    Almorzamos en el hotel porque estamos cansados. Queremos dormir de una buena vez y por la noche salir a cenar. Cuando estoy cogiendo el sueño, en medio de un aguacero delicioso para dormir, veo que un ratón se mete por debajo de la puerta de mi habitación y se esconde en el regalo del abuelo. Con un grito tuareg me trepo en la cama y me quedo dando saltos hasta que mi esposo entiende que no estoy haciendo aeróbicos, y que lo que me pasa es que estoy enajenada. Salgo a la piscina a pedir que me manden un cazarratones, aparece de la nada un señor chiquitito, el mismo inútil que no supo arreglar la ducha, con un trapo y un palo de escoba. Mi esposo asegura que mató al ratón, pero sólo Elvis lo sabe. Salimos a cenar en el peor taxi de todos, tanto que mi esposo prefiere llegar andando al restaurante. Pedimos que nos dejen mirar la carta, nos preguntan qué es lo que comemos y nos engañan de nuevo, porque nunca nos muestran la carta sino que nos sientan directamente. No estamos para peleas con nadie, pedimos una Gin Tonic y nos entra un jet lag extraño, o quizá fuera un guayabo moroso, tal vez un poco de paranoia, algo muy raro, y entonces creemos que nos han echado escopolamina, que nos piensan robar, nos reímos, nos montamos en el último taxi a ver si por fin, ya, de una buena vez, acaban con nosotros y nuestras vacaciones; pero por desgracia no fue así.\n\n

    Hacemos el check out del hotel y el sonriente recepcionista pone cara de perro, hemos perdido una llave y el botones ya se ha cansado de buscarla. Casi perdemos el vuelo por estar lidiando con ambos, y después de muchas miradas nos cobran diez mil pesos por la cochina llave. Si nos hubieran dado el precio de la tarjeta sin tanto rodeo, lo habríamos pagado sin esa estúpida espera de veinte minutos.\n\n

    Me despido sin sonrisas del recepcionista y no me da tiempo a ponerles esta hoja de reclamación.\n\n

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  • Véngase a Cali para que vea
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