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  • ¡Toc, toc, toc, Isabel, a ordeñar vacas! ¡Toc, toc, toc… Isabel, levántate…! Son las seis de la mañana y Roberto, con puntualidad “crono”, cumple con su promesa de levantarme a como dé lugar. Ante tal despropósito (¡arrancarme del regazo de Hipnos, qué yerro!), maldigo con la boca sellada al pobre “Robert” e invoco (perdón, efectos del sueño) a toda su dinastía, propietaria de la hacienda en la que me encuentro: La Providencia, otrora una de las más extensas y famosas del Ecuador gracias a su pletórica producción de cacao y su “borbotónico” rendimiento lechero. \n\n\n(Cinco horas antes de tumbarme en la cama le había dicho a Roberto que no deseaba irme de su hacienda sin antes exprimir las ubres de algunas de sus reses pero que conociéndome como me conozco no creía que pudiera desenredarme de las sábanas a las seis, sobre todo habiéndome acostado a la una). \n\n La Providencia, ubicada en las afueras de Chone, a unos pasitos del puente Garrapata (no es broma, ese es su nombre), fue durante el siglo pasado una de las haciendas más productivas del país. Sobre su vasto terreno se levanta una casa, cuyo propietario, Roberto Andrade, permite que turistas, previo acuerdo, pernocten allí y puedan experimentar lo delicioso que es dormir con el susurro de las aves en cualquiera de sus nueve dormitorios. \n\n Con la cara lavada y un “atuendo apropiado” me dirijo hacia el corral, ¡a ordeñar vacas! Luego de aborrecer mis cómodos Converse rebajados, que camino por la pendiente al establo se han portado como patines, y de darme dos suelazos (al terreno la lluvia de la noche anterior le ha dado una textura fangosa), llego al redil donde se encuentra la víctima, una “osca ahumada” de carácter frenético y algo enjuta. La “doña” me da la bienvenida con tres descargas de boñiga y me clava una mirada de quién diablos eres tú que ipso facto me permite colegir que no le caigo bien. \n\n “Primero hay que estimular a la vaca”, dice con seriedad clerical el sagaz ordeñador, quien enseguida empieza a manosearla y a dar una demostración de cómo hacer que salpique la savia materna. Y el bovino responde copiosamente. La emoción me invade y reclamo mi turno. Apretujo y nada, oprimo y nada, aporreo y nada... Después de infructuosos intentos y de enjugarme varias veces la frente, que no deja de verter un zumo que huele ya a cabreo, doña vaca expulsa unas chispitas tan ralas que parecieran ser las gotas de una jeringuilla con Valium. Y antes de que la vaquita pague los platos rotos y yo termine buscando dicho fármaco o bebiendo, obra de la deshidratación, el espumoso líquido con apariencia de limosna que pude extraerle, me voy del potrero maldiciendo a la vaca, al gentil Roberto y sobre todo a Isabel, que se precia de ser montubia y que no puede ni ordeñar una vaca. ¡Qué vergüenza! \n\n
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  • 2009-05-14 07:07:59
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  • Entre vacas, boñiga y el canto de los pájaros
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