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  • El Paléfito original se hallaba a treinta kilómetros de Estambul, junto al estrecho que dividía el mar Egeo y el mar de Mármara. En 1924 todos sus habitantes de origen griego -la mitad del pueblo- tuvieron que abandonar casas, tierras, negocios y tumbas de antepasados centenarios para emigrar forzosamente a un país que decía ser el suyo pero en donde se sentirían durante mucho tiempo como advenedizos, como emigrantes, como ciudadanos de segunda clase. En el tren que los llevaba de Estambul a Tesalónica se reunieron en atestadas y llorosas asambleas y decidieron que, pasara lo que pasara con ellos en la Grecia continental, compartirían todos juntos su destino. Casi lo cumplieron, porque una joven llamada Sofia Kaspulas desapareció como tragada por la tierra al bajar del tren, nadie supo nunca cómo ni por qué. Exceptuando Sofia, nadie más se separó del grupo. Pese a las dificultades, lograron mantenerse cohesionados y fundar un nuevo Paléfito de promisión en unas tierras fértiles de la Vega de Giannitsá que el gobierno les había cedido provisionalmente. Pertenecían a un terrateniente turco cuya familia llevaba allí viviendo desde generaciones y que también había sido desposeído y obligado a huir con lo puesto. \n\n

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    Los recién llegados se instalaron en unos barracones mugrientos en mitad de esa nada pantatonsa y llena de mosquitos. Como habían oído que cada familia constituida recibiría treinta hectáreas, decidieron que todos los jóvenes que lo desearan se casaran de inmediato para desvincularse de la familia de origen y formar una nueva. Por eso Paléfito ha sido un pueblo próspero y feliz, asevera Dimitris, el historiador local con quien comparto una botella de tsípuro y unas bugachas con canela, porque los jóvenes tuvieron entonces la oportunidad irrepetible de casarse sin trabas con quienes quisieran, no con quienes sus familias hubieran decidido, tal y como era la costumbre. Y muchos eligieron a sus parejas por amor. Todos eran pobres en aquella tierra extraña, los ricos habían perdido sus propiedades en Turquía y nadie llevaba consigo más que las monedas que había podido meterse en los bolsillos al subir al tren. Las muchachas no tenían ajuar, los muchachos no tenían caballos ni carromatos, las envidias y las emulaciones habían desaparecido. Nadie tenía herencias, nadie contaba más que con las treinta hectáreas prometidas. Solo tenían futuro. \n\n

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    De modo que entre ellos no quedó ni una solterona ni un solo beato dispuesto a vestir santos. Incluso el cura se casó, porque era ortodoxo y ya se sabe que los curas ortodoxos se casan. En tres o cuatro noches de otoño los palefitanos se buscaron unos a otros bajo la luz de la luna para fraguar en un momento bodas vertiginosas e inconcebibiles. Los que estaban en secreto enamorados hicieron público su compromiso, los que se pretendían sin esperanza se lanzaron sin miedo a declararse unos a otros, los que anhelaban enamorarse encontraron el amor en cualquier brizna de afecto cogida al pasar, y los más feos entre los feos, aquellos que nadie quería y que en una situación diferente nadie hubiera querido, se juntaron entre sí, y todos mal que bien encontraron en pocas horas a su media naranja. Y hubo incluso los que se casaron a ciegas, por probar, como quien lanza un dado en una timba. \n\n

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    Eso no quiere decir que todos aquellos matrimonios acabaran bien, apostilló Dimitris. En aquella época no existía el divorcio, y lanzar un dado de esos era lanzarlo para toda la vida. Hubo historias felices y otras desdichadas. Quien se las sabe todas es la vieja Dafne, la que limpia las tumbas y quita el mal de ojo, pregúntale a ella, te contará todos los chismes, que es lo que tú tienes cara de querer saber, amigo mío: los chismes. Pero te diré una cosa: desde su fundación, no ha habido en Paléfito ni un solo crimen y ni un solo robo y ni un solo delito de envergadura. El único que va por los huertos robando los melocotones es Xakis Fostis, pero el pobre es viudo y ya sabemos que no anda muy bien de la cabeza. \n\n

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    Oye, Dimitris, le dije. Todo lo que me has contado es verdad ¿no? Mira que lo voy a publicar. Entonces se encrespó. Soy historiador, me debo a los hechos. Vació lo que quedaba de la botella sobre su vaso. No mereces que te diga ni una palabra más. \n\n\n\n\n\n

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  • Cuaderno de Tesalónica. Paraíso Paléfito (II)
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