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  • Yorgos Anguelís es un joven arquitecto de Atenas amigo del alma de Vasilikí. Aquel feo y compartimentado piso suyo del barrio de Patisia se ha transformado en un maravilloso loft-estudio de ciento cuarenta metros cuadrados flanqueado a un lado por un ventanal corrido, a otro por una pared con las maquetas de algunos de sus trabajos y, en los lados restantes, por paneles de corcho donde Yorgos ha ido pinchando planos, bocetos, dibujos, fotografías, recortes de prensa y toda clase de documentos en una especie de work in progress que nadie excepto él sabría interpretar. \n\nLa luz de la tarde se derrama sobre los lienzos de las mesas donde un orden secreto distribuye escuadras, cartabones, reglas, compases, lápices, esculturas geométricas, máquinas de aspecto decimonónico, cachivaches tecnológicos grandes y chicos, rollos de papel y pantallas de ordenador. Toda la casa de Yorgos es un templo consagrado a su trabajo, un espacio silencioso y estimulante en el que la cocina, el cuarto de baño y el dormitorio ocupan lugares fastidiosos y secundarios, como si fuesen excrecencias sobrantes en la vida del soltero Yorgos, del asceta Yorgos. Pienso que a cualquiera le daría gusto sentarse allí a trabajar, a escribir, a pintar. O a beber tsípuro, ese denso aguardiente que allana todas las conversaciones y que vuelve a presidir la nuestra, cinco años después. \n\nYorgos está feliz porque ha ganado el concurso para construir el nuevo ayuntamiento de la ciudad de Ioánina. Magdalini, su colaboradora (una antigua alumna de su taller de Prácticas de Composición en la Universidad Politécnica de Xanci), se ha tomado la tarde libre. Como es un tipo serio, parco, reflexivo, nada dado a excesos egotistas, cuesta trabajo creer que es felicidad lo que le produce el que quizá sea su mayor éxito profesional. Hablamos de otras cosas. Cosas más importantes. Por ejemplo, de arquitectura. Yorgos es un concienzudo estudioso de los aspectos técnicos, artísticos, históricos e ideológicos de su trabajo. Le pido que me ayude a paliar mi oceánica ignorancia. \n\nPues tengo la impresión de que Atenas, y en general todas las ciudades griegas, están casi por completo arrasadas por esas horrorosas construcciones de los años sesenta y setenta. Ya sabéis, esos zafios edificios que han pululado como plagas no solo en su país, sino también en lugares como Málaga, Lleida o Alicante, y cuya proliferación me parece a mí que en Grecia ha sido aún mayor. Le pido que me lo explique, si es que cree que hay una explicación local más allá del fenómeno del desarrollismo urbanístico en todo el sur de Europa. También le confieso una de mis contradicciones: por alguna misteriosa razón, lo que detesto en Granada lo aprecio en Atenas, como si las aceras minúsculas y desvencijadas, los vehículos aparcados de cualquier manera y en cualquier parte, los balcones entoldados donde las familias ven la tele las noches de verano, los humanos, en fin, hacinados en esquinas donde ríen, gritan y toman café, tuvieran para mí un irresistible atractivo, pero no en donde vivo, sino en donde hago turismo. "Me encanta el feísmo de Atenas", exclamo. Entonces Yorgos me mira muy serio y dice, mientras enciende un cigarrillo: "a mí también. Pero Atenas no es fea". \n\nEntonces me explica durante hora y media cómo se han ido construyendo las ciudades griegas a lo largo del siglo XX, y cómo sus características en parte se insertan en el contexto europeo y en parte obedecen a la peculiar historia política del país. La explicación me resulta fascinante. Yorgos es un sofisticado defensor de la arquitectura popular de los sesenta y setenta, y me explica por qué fue necesaria, por qué le resulta hermosa, y sobre todo por qué, entrando en el siglo XXI, le parece que esos edificios y esas aceras son una salvaguarda irónica de lo que Europa siempre consideró que era su peculiar manera de congregar a los humanos: el burgo, la ciudad. "La ciudad compacta europea", dice. "Ya verás cómo en España acabará habiendo un discurso defensor de esta arquitectura que compacta las ciudades, en contra de los adosados, los parques temáticos y las urbanizaciones planificadas de las afueras". Hemos acabado la botella de tsípuro, pero no parece que estemos borrachos. Yorgos me ofrece entonces otro regalo, el último: enseñarme su Atenas adorada desde el coche.\n\nVamos los tres, Yorgos, Vasilikí y yo, cruzando los barrios de la ciudad mientras la luz de la tarde va pasando de rosa a azul hasta convertirse en noche. Vamos a la búsqueda de edificios racionalistas de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Yorgos se detiene en los semáforos, apunta con el dedo aquí y allí, nos cuenta historias, nos hace asomarnos peligrosamente por la ventanilla y contemplar chaflanes, cornisas, balconadas, portales, escalinatas. Nos habla de Aris Costantinidis y de Dimitris Pikionis, los arquitectos que considera sus maestros, nos descubre su obra, la rodea, la indaga, la desmenuza. De paso nos explica la ciudad, sus barrios, sus oleadas de emigración venida de las islas, el porqué de su ausencia de monumentalidad. Reímos, cantamos. Paramos en cualquier lugarejo a tomar una tirópita o a beber una cerveza. A mi ese feliz paseo en coche me recuerda otro inolvidable y definitivo, el paseo en aquel viejo Oldsmobile por las calles de Nueva York que me cambió la vida. Grito por la ventanilla abierta. Quiero que no se acabe nunca la noche. \n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n
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  • 2008-09-03 12:39:12
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  • Cuaderno de Tesalónica. Yorgos Anguelís me descubre la ciudad
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