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  • Doy una patada a un guijarro. La piedra se eleva unos centímetros y cae pesadamente dos metros más allá, sin levantar polvo. Al fondo, en lo alto de un promontorio, recortados sobre el cielo azul, unos adolescentes alemanes han visto algo en el suelo y llaman a sus padres. Pongo los brazos en jarras y respiro hondo. Huele a romero. Se oyen las chicharras en la lejanía. Hace mil ochocientos años un turista llamado Pausanias (el primer turista de la historia) ya estuvo aquí mirando lo mismo que veo yo ahora, esta antigua y enigmática Puerta de los Leones (quizá grifos, quizá esfinges). A Pausanias la civilización micénica le parecía remotísima. Antes que él, en tiempos de Alejandro Magno, ya venían por aquí los griegos a ver las ruinas y a robar tesoros. \n\nMiro los montes que nos circundan, los montes con pinos, chaparros y olivos. A lo lejos, en el valle por donde llegamos, están Tirinto, Argos y las playas de Nauplia (Nafplio). Me imagino a Agamenón regresando aquí victorioso tras diez años de guerrear en Troya. Tal vez subió por este mismo camino empedrado donde yo estoy. Venía contento y con ganas de reencontrarse con su mujer Clitemnestra. Tiempo atrás había tenido que trabajarse arduamente su amor, incluso tuvo que matar a su primer marido, Tántalo, para despejar el camino y quedarse con ella. Hacía ya mucho tiempo de aquello; no quería recordar, quería celebrar. Agamenón estaba convencido ingenuamente de que su Clitemnestra lo amaba. Me la imagino recibiendo con honores y agasajos al héroe, mojando sus pies en agua perfumada poco antes de matarlo a la caída de la noche. En ausencia del guerrero Clitemnestra se había liado con Egisto, un primo de Agamenón. El plan era perfecto y consistía en quedarse los dos con el reino de Micenas. Pero cometieron un error: dejar escapar vivo a Orestes, su propio hijo, el hijo de Clitemnestra y Agamenón. Orestes se haría mayorcito, se envenenaría de odio y seguiría la tradición familiar pasando a cuchillo a su propia madre. Y todo eso paso aquí. \n\nTodo eso paso aquí: en estas oscuras tumbas cupulares donde entro sobrecogido por el peso ineludible de lo sagrado.\n\nMe imagino también al millonario aleman Heinrich Schliemann, el arqueólogo legendario que se divorció de su aburrida mujer para casarse con una hermosa griega de dieciséis años, con su ejemplar de la Ilíada en mano, excavando aquí en 1874 como un poseso, siguiendo al pie de la letra los versos de Homero, convencido de que había encontrado la verdadera tumba de Agamenón. \n\nLa familia alemana se arremolina al completo en torno a lo que han encontrado los hijos en el suelo. Luego pierden el interés y se dispersan cada uno por su lado. Pienso que deben de haber hallado una lagartija muerta, pero no me acerco a comprobarlo. Me estoy acordando de otras muertes. Muertes salvajes que afectaron a los reyes de Micenas. Atreo, el padre de Agamenón, descubrió que su propio hermano Tiestes, sangre de su sangre, se había liado con su mujer. Para vengarse mató a sus sobrinos, a los hijos de su hermano, y los cocinó y presentó en ricos platos para que se los comiera. Una vez que Tiestes se hubo saciado, Atreo le presentó aparte las cabezas y las manos cortadas de sus hijos, para que no cupiera ninguna duda de lo que había ingerido. \n\nEl vigilante me dice que quedan diez minutos para cerrar, que vaya terminando de ver lo que quiera ver. Lleva unas gafas de Dolce & Gabanna y fijador en el pelo, y manda todo el rato mensajes por el móvil. Me dejo caer por una pendiente y rodeo los muros ciclópeos de Micenas, tan grandes que hicieron pensar a los griegos que habían sido los mismos gigantes de un solo ojo quienes los habían llevado hasta allí. A mi alrededor contemplo obstinado un paisaje del que no me quiero desprender, un paisaje que no debe de ser muy distinto del que habitaron aquellos misteriosos micénicos. Olivos, pinos, vides, romero, tomillo. Aquí se fundó Occidente. "Vaya saliendo, por favor", insiste el vigilante. Dónde estábamos. Ah, sí. Estábamos con Atreo, el padre de Agamenon... \n\n\n\n\n\n
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  • 2008-09-04 06:45:35
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  • Cuaderno de Tesalónica. En Micenas
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