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  • ¿Queréis saber cómo empezó el año en La Fonda Boricua?\n\n¿Os imagináis cientos de cuerpos perfumados, ceñidos y sudorosos bajo las luces invitadoras de la sala de baile, danzando no a solas -como los gringos- sino ligados a esa unidad mínima de movimiento llamada pareja, hombre y mujer entroncados, anudados tal que velocísimos derviches que giran y giran al compás de los latigazos del ritmo, de las congas y las tumbadoras, de los vientos y las tempestades, mientras va cayendo la madrugada y el viejo año se quema en la combustión de los cuerpos machihembrados y prende el incendio del nuevo año y cada unidad mínima de baile se engarza a otra distinta mediante pasos que se rozan pero no chocan, que se apiñan pero no se entorpecen, y así unas parejas engastadas con otras y todas con todas por las volandas y los giros, parejas negras, mulatas, mestizas, blancas, formando un compás colectivo y pitagórico donde caben las improvisaciones, las síncopas, las cinturas trepidantes, las risas estentóreas, los cambios burlones de manos entrelazadas, las idas y venidas a la barra a llenar la copa -suenan versiones de "Bomba carambomba" de Ismael Rivera y de "Rompe saragüey" de Héctor Lavoe y de "Mami, me gustó" de Arsenio Rodríguez-, pero nada de lo que sucede altera la armonía giratoria de las parejas, las ruedas dentadas de ese mecanismo de relojería que es la pista de baile, un hormiguero de caderas y piernas y culos acompasados y vestidos rojos y sombreros de panamá y dientes de oro que van alumbrando toda la avenida, incrustado en otra rueda mayor, la rueda del mundo que gira sobre su órbita, y con ella los planetas, las estrellas, las galaxias, los números celestes, mientras sobre la pista las bacantes risueñas y los órficos cantores piden a gritos sus canciones preferidas a los músicos del estrado -"Sopa de pichón", "A gozar con mi combo", "Todopoderoso"-, y dan vivas a Puerto Rico y a toda la comunidad latina -Cuba, República Dominicana, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú: no se divisa rastro alguno de los mexicanos, ellos están tal vez en Queens, en sus propias e irreductibles fiestas- mientras el cielorraso del local da vueltas y algunas copas de más y ay qué mareo y ni rastro de humo de tabaco y reservados misteriosos adonde afluyen tipos corpulentos de cuello de toro y bellezones de la noche en zapatos de vertiginoso tacón, la trastienda prohibida del local, los ojos de repente brillantes y felinos de los invitados con bula para ser malos, mientras los músicos y los cantantes se suceden en la tarima, los famosos y los desconocidos, todo el personal de la Fonda, meseros que recién estudiaron violín en la Juilliard School y tienen esa noche su oportunidad y están nerviosos, camareros que resultaron ser experimentados pianistas, guardaespaldas duchos en el manejo de las maracas, el manager que toca la trompeta bastante bien pero no como Chocolate -nadie toca la trompeta como Chocolate-, y bajistas y congueros y saxofonistas y trombonistas y bailadores y rapeadores amigos, todos van desfilando y tienen su minuto de gloria, y pasa el tiempo y el ritmo no para y caen una tras otra las altas horas de la madrugada, y los escotes se deslustran y los vestidos se arrugan y el rímel corrido estropea las caras y las risas parecen graznidos, que salga Chocolate, ruge la muchedumbre, dónde está Chocolate, y una cabeza noble de senador mulato surge de entre las bambalinas y dice unas palabras a la multitud, gozen, diviértanse, feliz año nuevo, carajo, viva Cuba y Puerto Rico, viva Harlem, y entonces se hace el silencio, si es que a aquella expectación se la puede llamar silencio, porque da comienzo un danzón, un sublime danzón llamado "Almendra", uno de los clásicos de Chocolate Armenteros, lo debió de tocar con Arsenio y con Cachao hace cincuenta años pero ahora ellos están muertos -todos están muertos: Celia, Tito, Machito, Arsenio, Héctor, Ray, Johnny, Mongo-, sólo queda Chocolate, su trompeta de fuego y miel, clara como la luz del día, y el danzón acelera poco a poco hasta convertirse en un travieso danzón-mambo y luego en un fogoso danzón-cha y por último en descarga abierta y suicida, y la maquinaria de los pies se pone de nuevo en marcha, quítense de enmedio los torpes, salten a la pista los bailadores, el que no sepa que mire, y vuelven las ruedas a girar con quejidos de huesos y músculos, y suben los cantantes de nuevo al estrado, se comba la tarima bajo el tremendo peso y se van sucediendo los solos de los instrumentistas y la descarga ya dura veinte minutos, treinta, cuarenta, toda la noche, y estamos exhaustos y pedimos nuestros abrigos a codazos y salimos al amanecer de Manhattan y echamos a andar por las aceras desiertas bajo la mirada de los matones que aguardan bajo el frío recostados indolentemente en los morros de los carros aparcados mientras viene a nuestra memoria aquella canción de Henry Fiol, aquella versión del "Ahora me da pena" de Francisco Repilado que decía yo nací en Nueva York / en el condado de Manhattan / donde perro come perro / y por un peso te matan...?"\n\n¿Os lo imagináis?\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n
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  • 2009-01-03 12:31:46
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  • Manhattan, amanece, perro come perro
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