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  • Hay muchas historias por aquí.\n\nIleis Chaparro. Dominicana. Vive en el Bronx y es una mujerona guapa, inteligente, corajuda, noble, llena de esa humanidad que confieren tantas heridas. En agosto de 1999 fuimos fugaces compañeros de clase en una academia de inglés; me impresionó entonces que llevara viviendo veinte años en Nueva York sin saber hablar ni una palabra del idioma gringo (algo muy común, supe después), y aunque le daba vergüenza andaba demasiado ocupada en mantener a sus hijos y en sobrevivir a las palizas de su primer marido como para ponerse a aprender inglés, y no digamos estudiar ballet clásico, que era lo que desde niña había soñado. \n\nNos ha dado mucha alegría reencontrarnos. Ahora limpia casas, gana bastante dinero y tiene otro marido, un guatemalteco llamado Rolando que trabaja en un taxi de la compañía Seaman: sin suspicacia alguna nos vino a recoger en la puerta del antiguo Jimmy's Bronx Café, donde habíamos quedado para contarnos la vida, en su taxi abarrotado de estampitas de Ronald Reagan. Le pregunté a Rolando la razón de tanta efigie desparramada por el taxi, y me respondió que Reagan hizo una regularización de inmigrantes en 1986 que fue su salvación y le procuró la ciudadanía. "Ha sido el mejor presidente que hemos tenido", decía muy serio. \n\nIleis admira de su hombre la manera heroica como llegó a los Estados Unidos y las veces que, estando a punto de morir (por balacera o accidente), salvó milagrosamente la vida. Ileis, que es muy supersticiosa, da a estas cosas mucha importancia, y yo juraría que esa es la razón fundamental por la que está con él, más aún que por su cansancio de fajarse con los hombres y su necesidad de un compañero humilde y trabajador. \n\nRolando fue un espalda mojada que sufrió dos expulsiones del país y cruzó tres veces la frontera. En cada ocasión tuvo que pagar un dineral al coyote de turno para que lo pasara al otro lado. Una vez que has dado el dinero al coyote estás por completo en sus manos: si no es honrado puede dejarte abandonado en el desierto o traicionarte de mil maneras. La primera vez los dineros para el viaje salieron de los ahorros de toda una vida en Guatemala; las dos últimas Rolando los tuvo que sacar de contrabandear droga en Tijuana. Como dice Ileis, "de milagrito llegó vivo". El estreno de Rolando fue cruzar el Río Bravo a nado. A los pocos meses estaba de vuelta en México. En el segundo intento el coyote lo mantuvo escondido durante tres días en el maletero de un coche, sin comer ni beber, sin moverse, sin poder pedir auxilio, meándose y cagándose encima y creyendo que se olvidarían de él y que moriría allí mismo, hasta que de pronto alguien abrió el maletero y ya estaban en Nuevo México. \n\nLa tercera vez iban Ronaldo y unos cuantos más en la cuadrilla asignada al coyote. Era una noche sin luna. El coyote tomó el dinero acordado y les dijo que echaran a andar por el desierto tras él, en fila india, sin decir una sola palabra, fijándose en seguir la luz de su linterna. Que tuvieran cuidado y no perdieran el paso. Que cada vez que él apagase la linterna se quedasen quietos como muertos, todo el tiempo que hiciera falta, hasta que pasara el peligro. Así estuvieron caminando toda la noche, en la oscuridad, sin hablar, concentrados en no perder el paso y en seguir los haces de luz, y dos veces oyeron ruidos de motor y dos veces el coyote los dejó por completo a oscuras (y los infelices creyeron que habían sido abandonados a su suerte). Debía de ser cerca del amanecer cuando llegaron a lo que parecía lo alto de una colina. El coyote les aseguró que enfrente había un terraplén por donde pasaría un tren de mercancías que los llevaría a Estados Unidos. Que pronto verían las luces que anunciaban su llegada, que el tren aflojaría la marcha al acercarse al punto donde se encontraban y que entonces ellos tendrían que correr colina abajo y saltar como pudieran a uno cualquiera de los vagones. El que no corriera lo suficiente se quedaría en tierra. Aquello era una locura disparatada, pero no tenían más remedio que fiarse del coyote. Pasado un tiempo vieron aparecerse a lo lejos las luces titilantes del tren. En el momento convenido echaron a correr colina abajo y entonces se dieron cuenta con espanto que a su alrededor se levantaba un zumbido de zapatos, que cientos de zapatos como los suyos salían de todos lados aplastando los matorrales y levantando el polvo de la colina, cientos de zapatos de ilegales como ellos, sigilosos como ellos, desesperados como ellos, sin gritar ni decir una sola palabra, y así fueron alcanzando los vagones, empujándose, tropezándose, pisándose, y saltando unos por encima de otros entraron en los vagones, pero los vagones ya estaban abarrotados de ilegales que habían subido antes que ellos, y se apelotonaban formando una montaña de cuerpos, y así estuvieron todo el trayecto, apiñados como reses, en silencio, sin poder apenas respirar, hasta que llegaron a su destino y el tren se paró y los fardos humanos cayeron a tierra y echaron a correr bajo la luz cruda del día, cada uno en una dirección. \n\n\n\n\n\n\n\n
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  • 2009-01-08 23:02:52
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  • Ileis, Rolando y el coyote
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