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  • Año 133 antes de Cristo. Publio Cornelio Escipión, general romano más conocido como Escipión 'el Africano' por haber doblegado a Aníbal y reducido a cenizas la ciudad de Cartago, contempla con gesto de satisfacción los restos aún humeantes de la ciudad de Numancia. Sabe que en el Senado -a pesar del desprecio que siente por la mayoría de los senadores, en su opinión, corruptos y traicioneros como las serpientes- no tardarán en preparar todo lo necesario para que su desfile de la victoria sea digno de un hombre de su talento.\nAunque los numantinos han preferido, en su gran mayoría, suicidarse antes que ser esclavos de Roma, sus legiones han conseguido capturar a un número suficiente de enemigos a los que mostrar encadenados a su carro durante el acto trifunfal. Su estado es lamentable, pero, por otra parte, Escipión piensa que constituirá un testimonio irrefutable de valor, que hará aún mucho más valiosa su victoria, pues un enemigo valiente ensalza siempre la gloria del vencedor.\nEs un guerrero que no einte piedad, y sin embargo, hasta una roca como él se estremece al contemplar los actos de desesperación a los que puede llegar un pueblo obstinado en resistir. Sólo un estratega con muchas batallas a la espalda, sabe que no hay mejor aliado que el hambre para rendir una ciudad. El hambre, en definitiva, es el arma más afilada y mortífera con la que puede contar un ejército invasor. Tan afilada e implacable, que sólo basta con sentarse tranquilamente y esperar.\nY no obstante, por muy curtido que se esté en la batalla; por mucha sangre, miembros amputados y cualesquiera otras heridas que los ojos de un guerrero estén acostumbrados a ver, no hay nada más trágico y espantoso que ser testigo de los actos de canibalismo de un pueblo civilizado. Incluso hombres duros y curtidos, como sus veteranos legionarios, no pueden sujetar el vómito que acude a sus gargantas ante la visión de semejante aberración. ¿Y todo por qué?. ¡Por un ansia ridícula de libertad!. ¡Por una simple quimera sin sentido!.\nUno de sus comandantes dijo una vez -refiriéndose a las tribus germanas- 'que había que saber cuando se es conquistado'. Roma es el Mundo y el Mundo es Roma. La Pax Romana garantiza la ley y el derecho a todos los pueblos bajo su gobierno. Salirse de ésta Pax significa, irrevocablemente, una sentencia de muerte.\nEn el fondo, no obstante, espera convencido que la historia de Numancia sirva como advertencia a las demás tribus hispanas, traidoras y levantiscas.\nEscípión se encoge de hombros, y quitándose el yelmo de la cabeza, baja tranquilamente la colina: detrás de él, otro pueblo ha dejado de existir.\n
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    Las ruinas de Numancia se levantan sobre lo que hoy día se conoce como el cerro de La Muela, lugar desde el que se domina el valle donde se asienta el pinturesco pueblo de Garray. Este se encuentra situado, aproximadamente, a 6 kilómetros de Soria capital. Garray, repoblado en la Edad Media por el rey Sancho el Mayor, ha mantenido en la raíz etimológica de su nombre 'los rescoldos de la legendaria resistencia numantina', pues proviene del vocablo vasco Garrahe, que significa, literalmente, 'lugar quemado'.\nDando testimonio de aquél primer poblamiento medieval, el pueblo cuenta con la ermita románica de Los Mártires -siglos XI a XII-, inicialmente dedicada -este es un dato importante- a San Miguel. De ella destacan, ante todo, la multitud de inscripciones y símbolos -algunos bastante criptográficos, por cierto- que adornan la fachada, por lo que recomienda ir a echar un vistazo a los amantes de los enigmas medievales y esotéricos, que a buen seguro encontrarán suficiente tema de investigación y de debate.\nPero independientemente del interés que pueda levantar la mencionada ermita -de la que hablaré más adelante, en otro artículo, pues creo que el tema merece la pena- ahora es de justicia centrarse en algo que ni el Imperio Romano ni tampoco el tiempo, han conseguido borrar del todo: el recuerdo de una ciudad, Numancia, y la leyenda de su épica resistencia.\nSon múltiples y variadas las conclusiones que uno puede sacar paseando entre sus restos. Sin duda alguna, la mejor época para visitar las ruinas de Numancia, en mi opinión, es en primavera, cuando la Naturaleza -bien por capricho, bien por un afán callado pero profundo de hacer justicias- pretende dotar de una belleza sin igual a un lugar cuya tragedia constituye hoy día motivo de leyenda.\nEn efecto, ver el campo subyacente repleto de amapolas, puede inducir a pensar que la tierra, al fin y al cabo, devuelve en ésta época del año parte del tributo de sangre que un día -lejano en el tiempo, aunque no en la memoria de los pueblos que la precedieron- se cobró con creces.\nDe estilo impresionista -como un lienzo de Van Gogh, nunca mejor dicho, a escala natural- un manto exhuberante de flora de vivos colores -amapolas, margaritas, manzanilla y cardos de un atrevido color violeta, entre otras- se extiende a todo lo largo y ancho del camino.\nCamino, por otra parte, convenientemente señalado para que el visitante se haga una idea aproximada de los límites de la ciudad; de las barriadas que la formaban y de cómo todo -molinos de mano, aljibes, etc- tenía un sentido para hacer de Numancia una gran urbe con todas las 'comodidades' posibles, en una época en la que todavía existían multitud de pueblos nómadas, que no tenían otra cosa por casa que las tiendas confeccionadas a partir de la áspera piel de sus animales.\nEl recorrido, propiamente hablando, comienza justamente después de que el visitante haya visto una reproducción videográfica -su duración aproximada es de unos 15 minutos- en la que se expone, a 'grosso modo', una breve panorámica de la vida y la muerte de la ciudad.\nUna vez realizado éste primer paso -imprescindible para meterse en ambiente- lo primero que se encuentra el visitante son los restos de más de una docena de molinos de mano -alineados en fila, como las formaciones de un desfile militar- situados junto a los monumentos -uno con forma de obelisco egipcio- inaugurados el día 24 de agosto de 1905, por el rey Alfonso XIII. En una placa situada en el más pequeño, figuran los nombres de los principales jefes numantinos: Ambon, Leucon, Litennon, Megara y Rotógenes.\nEl recorrido comienza propiamente ahí, en un caminillo echo con tablones, arena y piedra que, serpenteando como el cuerpo de un ofidio, se adentra hasta el corazón mismo de la ciudad, donde el visitante puede observar una parte aún visible de sus antiguos fantasmas.\nAhí, dispuestas con un sentido de adelantado urbanismo, los restos descarnados de encrucijadas y calles, recuerdan al observador los entramados de cualquier ciudad moderna. Y no hace falta tener demasiada imaginación para hacerse una imagen mental del trasiego de personas y animales que constituían el corazón de aquélla polis arévaca, que hacía de la ganadería, la agricultura y la caza -abundante en la zona- el alma mater de su actividad social y subsistencia.\nCanales, perfectamente distribuídos y aljibes, donde se almacenaba el agua con que las providenciales lluvias bendecían la región, perviven aún hoy día, dejando mudo testimonio de una ingeniería rudimentaria, pero eficaz.\nEn Numancia, al igual que en todas las grandes urbes, se puede decir que imperaba la diferencia de clases, y no es extraño encontrar los restos de edificaciones sencillas muy cerca de otras, de marcado estilo romano, dotadas de varias estancias, así como de patios porticados y jardines, definiendo el nivel y posición de sus habitantes.\nPoco más se puede añadir, a excepción de la muralla de varios kilómetros de longitud que rodeaba y protegía la ciudad, pero que no fue suficiente para evitar la tragedia de un pueblo cuyo sentido de la libertad estaba tan arraigado en su corazón, que prefirió un día la muerte a vivir bajo la suela de la bota de un país invasor.\n\nVer vídeo: http://videos.orange.es/video/iLyROoaftb3U.html\n \n
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  • 2007-06-12 09:35:30
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  • Numancia: ¡libertad o muerte!
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