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  • Orgullosa y apacible desde su elevada posición, dominando los valles del Jalón y del Arbujuelo, la Occilis celtíbera, la medinat al salim árabe, nuestra Medinaceli, bosteza perezosa, despertando lentamente cuando los primeros rayos del sol comienzan a colarse a través de los cristales de las ventanas.\nLas sombras van retirándose poco a poco, con desgana, empujadas por el incontenible avance de la mañana y sus calles -estrechas y medievales- sustituyen la tenebrosidad de su camisón nocturno esperando al visitante que, cámara en mano, las recorrerá encantando, deteniéndose a contemplar curioso los numerosos escudos que dan suficiente testimonio de su nobleza y condición.\nTodavía es pronto para tomar un café reponedor, aunque no lo es para contemplar la extraordinaria metamorfosis que los rayos del sol producen sobre la dura superficie de la milenaria piedra del Arco Romano -siglos II a III a. de C.- dotándola de connotaciones áureas. Enfrente del Arco, a media altura sobre la fachada de una casa, un humilde poema -grabado en letras rojas y negras sobre el esmalte de los azulejos que le sirven de soporte- recuerda a un poeta muy apreciado en la provincia: Antonio Machado.\nNo muy lejos de allí, aunque pegado a la carretera en un apartado con forma de media luna, grabada también sobre la humilde superficie esmerilada de los azulejos, hay una inscripción que recuerda a otro gran escritor español: Ramón Menendez Pidal, haciéndole saber al visitante lo mucho que en el campo del afecto representó para él Medinaceli, 'mucho más que esas grandes ciudades'.\nAl pie de la carretera, en en cruce de caminos cuyas señales indican las direcciones de Soria, Miño de Medinaceli y Ambrona, una humilde ermita, cerrada a cal y canto y tomada al asalto por palomas y otras aves, languidece en solitario, perdida en el tiempo, sin otra compañía que el musguillo que se adhiere a sus centenarias piedras y los hierbajos que la circundan: se trata de la ermita gótica del Humilladero.\nHállase ésta custodiada, desde lo alto del cerro y a algunos metros por encima de lo que en su día constituyó la Puerta de Coz y las murallas de la ciudad, por el castillo medieval que fuera residencia de los duques de Medinaceli, y en la actualidad y momento presente, habitado por esas elegantes aves cuyo plumaje negro semeja un frac, y que todos conocemos con el nombre de golondrinas. Según la tradición, fueron éstas quienes liberaron de la corona de espinos la castigada frente de Nuestro Señor y por ese motivo suelen ser consideradas como sagradas. Tal vez sólo se trate de una leyenda; hermosa y solidaria, pero leyenda al fin y al cabo. Pero de una u otra forma, es conveniente no olvidar que nos hallamos en una tierra 'mágica'; una tierra, para más señas, que fue durante siglos frontera entre los reinos moros y cristianos, de cuyas fuentes bebió con prodigalidad hasta saciarse.\nTiene fama Medinaceli de ser considerada como el lugar a donde vino a morir el gran caudillo árabe, azote de los reinos cristianos y destructor del santuario del apóstol Santiago en Compostela, en el año 997, Al-Mansur -su auténtico nombre, al parecer, era Muhammad Ibn Abi Amir-, más conocido con el nombre latinizado de Almanzor.\nAseveran los historiadores que Almanzor resultó mortalmente herido en la batalla de Calatañazor, acaecida en el año 1002, aunque hay quien opina que no fue una batalla en realidad, sino una escaramuza entre la retaguardia musulmana -Almanzor venía arrastrando una enfermedad, después de saquear La Rioja- y las avanzadillas cristianas al mando de Sancho García de Castilla. Sea como fuere, Almanzor muere en Medinaceli unos días más tarde, el 10 de agosto. Según relatan algunos historiadores árabes, su cuerpo es envuelto en una mortaja que siempre llevaba consigo y había sido cosida por sus hijas, siendo cubierto con el polvo que recogía de sus vestidas en todas las expediciones que realizaba e iba guardando en un cofre preparado para tal acontecimiento.\nSi hemos de seguir haciendo caso a las fuentes árabes, Almanzor es enterrado en Medinaceli -demasiado imprecisamente se habla de 'una cuarta colina'-, quedando grabada en su tumba la siguiente inscripción:\n'Las huellas que has dejado en la tierra te enseñarán su historia como si lo vieras con tus mismos ojos. Por Alá, que jamás los tiempos traerán otro que se le parezca, ni que como él defienda nuestras fronteras'.\nPero, cuidado, hay que ser prudentes a la hora de manejar la información. Aunque los barcos de Odyssey hayan partido de aguas españolas, siempre hay alguien dispuesto a expoliar nuestra historia y patrimonio, con o sin el consentimiento del Gobierno.\nSentado en la Plazuela de la Iglesia, frente a la Colegiata de Santa María la Mayor (siglo XVI), mi mente no deja de divagar sobre Almanzor, su tesoro, así como sobre esos supuestos huesos de gigante descubiertos por un pastor en una cueva hacia el año 1753. Y es que, siempre que se habla de gigantes, sale a relucir el nombre de Medinaceli, aunque nadie se haya puesto a indagar si verdaderamente pertenecían a seres humanos de gigantescas proporciones -que 'habélos', hubo- o se trataban, en realidad, de los restos de algún pariente de los elefantes prehistóricos cuyos huesos están expuestos en el cercano Museo Antropológico de Ambrona.\nCuando se abre la puerta de la Colegiata, contemplo con profundo interés las nervaduras de la bóveda; las pilas bautismales de origen románico expuestas detrás de una verja cuyo acceso impide la entrada del público;los retablos y la ornamentación; el órgano del coro...Una vez acostumbrado a la semipenumbra, mis ojos se encuentran con los ojos oscuros de una figura ataviada con un largo manto de color violeta, situada unos metros por delante del altar. Es el Cristo de Medinaceli, ese mismo Cristo que tanta devoción despierta en Madrid, y cuyos fieles soportan largas horas de espera para acercarse a él y solicitar su intercesión.\nUna vez fuera de la Colegiata, con el sol a pleno rendimiento, sigo recorriendo las calles de esta ciudad tranquila, cuyos habitantes, así como los numerosos turistas que en ésta época del año se dejan caer por allí, comienzan a dejarse ver.\nDe tanto en tanto, observo en los muros fragmentos del Cantar del Mío Cid, ese paladín que sirvió a moros y cristianos y cuya fama le hizo en la leyenda tras su muerte, acaecida poco después de la toma de Valencia.\nDando un pequeño rodeo, llego hasta la Plaza del Obispo Minguela, donde me topo con un monumento dedicado al poeta norteamericano Ezra Pound y una placa que semeja un manuscrito, en la que, textualmente, se lee la siguiente inscripción:\n'A Ezra Pound, aún cantan los gallos al amanecer en Medinaceli'.\nY es que, según la leyenda, Ezra Pound escribió estos versos cuando a principios de siglo, provisto de una beca, decidió recorrer a pie Italia, Francia y España, durmiendo una noche en un pajar de Medinaceli.\nAlgunos minutos después, camino de las 'tierras de Berlanga', no puedo por menos que repetirme a mí mismo:\n- Sí, aún cantan los gallos al amanecer en Medinaceli.\nMedinaceli Vídeo Nº1: http://videos.orange.es/video/iLyROoaftB-6.html\n\nMedinaceli Vídeo Nº2: http://videos.orange.es/video/iLyROoafte94.html\n\n
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  • La Ciudad del Cielo: Medinaceli
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