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 \nHoy ha sido un día de mucha carretera, aquí las distancias son largas y nos hemos encontrado con el agravante de que en Sanadaj, nuestro destino, no queda una cama libre porque hay una reunión de mandos del ejército y han ocupado todas las plazas hoteleras disponibles, así que hemos tenido que añadir tres horas al trayecto para poder pernoctar en Maravan. Pero lo sobrellevo muy bien.\nSi hay algo que me ha sorprendido nada más empezar a rodar por este país ha sido la estupenda red de autopistas que conectan todas las ciudades importantes y que luego se ve continuada en unas carreteras secundarias que más de una vez quisiéramos nosotros. Lástima que los iraníes consideren toda línea de asfalto un potencial circuito de Fórmula 1 y todo adelantamiento una demostración de habilidad suicida. Pero yo he montado mi particular apartamento en la última fila del autobús, aprovechando que jamás me mareo, y allí, con la guía, la novela, la taza de té y la almohada del conductor que yo aprovecho durante el día, dejo pasar las horas de monótono paisaje entre lecturas, alguna charla y muchas siestas.\n\nNuestra primera parada ha sido en Bisotun para contemplar el relieve de Darío I, la piedra Rosseta de la escritura cuneiforme. A 50 metros sobre el nivel del suelo el Rey de Reyes pone el pie sobre su enemigo y deja claro a todo el que transita por esta importante ruta caravanera quien manda aquí. \nUna chica se me acerca y pregunta sobre lo que estamos viendo y me encuentro explicando, con este inglés deplorable que Dios me ha dado, todo lo que la guía cuenta. Se lamentan jocosamente de que tenga que ser una extranjera quien les cuente su propia historia pero es lo que suele suceder ¿cuantas veces no conocemos mejor otro país que nuestra ciudad? es lo que tiene mirar con ojos de rutina, que no vemos lo que está más a mano. \n\nSeguimos ruta y al despertar de mi segunda siesta mañanera veo que ya nos hemos adentrado en el Kurdistán a la búsqueda de los paisajes y las gentes que definen a esta nación sin territorio oficial que se reparte entre Irán, Irak, Turquía y Siria, una zona de montañas antiguas moteadas de árboles, de pueblos de color tierra que trepan por las laderas, de hombres de amplios pantalones de tiro muy bajo y grueso paño y mujeres llenas de color. \nDejamos el autobús junto a una piscifactoría y caminamos sobre el canal cubierto que la surte de agua para poder llegar hasta Palangan, un pueblo con un barrio a cada lado del río y de orografía tan empinada que los tejados de algunas casas son la calle de las que están por encima. A las afueras nos espera el almuerzo.\nEntre kurdos las costumbres islámicas se relajan así que los obligatorios pañuelos salen de nuestras cabezas, los pantalones se remangan y todas las chicas hemos terminado refrescándonos en el río hasta que las heladas aguas han aconsejado salir. Y allí mismo nos hemos comido unas truchas pescadas tras hacer el recuento de comensales, en la misma orilla, bajo los árboles de deliciosa sombra y viendo como un grupo de mujeres y niños eran inmunes a la temperatura del agua y prolongaban su baño hasta que llegó la sombra.\nMientras espero a que el pescado se haga en la gran parrilla, mientras saboreo el pan untado en yogurt con ajo, mientras las voces de los niños al jugar crean un fondo sonoro, mientras el guía y un par de lugareños toman posiciones y comparten charla y narguile.... mientras la vida sigue viviendo yo me quedo fascinada por los juegos de luz que el sol crea entre las ramas cercanas a la cocina al entremezclarse con el humo que asciende. Y entonces una muchacha se sitúa, acuclillada, en medio del perfecto cuadro, atenta al trabajo del padre en los fogones, dispuesta a ayudar en el momento preciso. Y me regala, sin saberlo, un momento perfecto.\n\n\n
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