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 \n\nHace muchos años conocí a unos chicos que daban un dólar de propina a cada indio que los atendía en el hotel (obviamente tenían a todo el servicio besando por donde pisaban). También supe de una pareja que durante días y días en Camboya intentaron comer papas fritas con ketchup (obviamente no lo lograron). Una servidora cometió la osadía de propinar un cariñoso golpe en el brazo a su marido en un templo de India... y terminó teniendo que besar humildemente sus pies si no quería seguir aguantando la bronca de la mujer de un brahaman. Y podría poner muchos más ejemplos para apoyar la tesis de que es mejor informarse un poco sobre lo que uno va a encontrarse en destino antes que hacer el panoli o esperar dar con cosas que no van a poder ser.\n\n\n\nEn Yemen es bueno saber que no vamos a tener experiencias religiosas delante de una mesa, las guías te informan de que te hartarás de comer pollo con arroz y ya te ves regresando a casa tupida de tanta hormona y tanto almidón pero realmente tampoco es así a poco que uno se adapte a lo que hay. No hay dos formas de hacer el pollo asado iguales, las verduras guisadas admiten mil variantes, el potaje de alubias rojas para desayunar certifico que te pone las pilas para todo el día, el salta (el plato más típico, una mezcla de verduras, carne, arroz y papas) aunque se sirva ardiendo siempre es delicioso y, a veces, sublime. Luego hay sorpresas como la (dura) carne de camello o los deliciosos buñuelos regados con miel, o como las exquisiteces del funduq de Kawkaban... total, que la que escribe comió de todo, todo le supo bien y, en su fuero interno, rebatió a la guía. Pero ya digo, mejor ir preparado.\n\nUn aparte merecen los restaurantes, eso es otra cosa, de eso no leí nada. Yo los clasificaba según el tipo de superficie sobre la que apoyábamos el plato: 1/ sobre tela: solo el último día y en un hotel de lujo 2/ sobre fina capa de plástico desechable: un par de veces como mucho 3/ sobre hojas de periódico: los restaurantes de carretera con nivel 4/ directamente sobre la mesa someramente adecentada con una esponja que no conoce jabón: la gran mayoría de los establecimientos visitados.Pues qué quieren que les diga... a mí esos eran los que más me gustaban, auténticos por los 4 costados. Pero en donde no faltaban las deferencias con las costumbres extranjeras y siempre teníamos cubiertos, servilletas y bandejas para el pan (¿no les hablé del pan? ummmmm ¡bocato di cardinale! qué pan hacen en Yemen, cuantas variedades a cual más deliciosas...).\n\nEntre todos esos restaurantes el mejor, sin duda alguna, fue el de la fotografía. Y no por la comida que nos diesen sino por el ambiente que encontramos. Llegamos en hora punta, lo que significaba literalmente encontrarlo absolutamente abarrotado, unos cien hombres y niños, con sus chaquetas oscuras, sus pañuelos y sus fusiles al hombro pretendían, y conseguían, comer todos a la vez. Allí estaban apretados como chinches en costura, sentados a la mesa o en el suelo, usando unicamente las manos, y no de la manara más fina precisamente, hablando con la boca llena, pillando al vuelo los panes finos y redondos que el panadero lanzaba ante la imposibilidad de atender a pedidos (a nuestro guía Javier tuvieron el detalle de dárselos en mano porque si no las posibilidades de comer tan siquiera uno hubieran sido nulas), encantados todos de verte participando de su momento cotidiano... Un auténtico regalo para la vista y el corazón.\n\nHice muchas fotos en cuanto se vació un poco. Del cocinero acercando los platos de salta al lanzallamas que ellos llaman cocina de gas. De los grupos del altillo. De la familia orgullosa y del negro imponente. De los corrillos. De la terraza... prolongamos bastante la sobremesa por el único placer de disfrutar de ese trozo de vida sabedores de estar contemplando un espectáculo cotidiano pero único. Desde luego, para mí, aquel restaurante mugriento de carretera es el mejor restaurante del mundo. Se lo recomiendo.\n\n\n\n\n
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