¿Cuándo empezamos a sentir la luz que nos envuelve? Cada cual tiene el recuerdo del momento preciso en que notó que veía la luz de una manera especial.\n\n
¿Qué significa ser conscientes de la luz?\n\n
Es el descubrimiento de algo hermoso y desconcertante: estaba 'ahí' y no nos habíamos dado cuenta.\n\n
En mi caso fue cuando compré mi primera cámara fotográfica. Miré hacia arriba a través del visor, y justamente la limitación del pequeño rectángulo me ofreció algo que hasta entonces yo no había percibido. Me di cuenta de que el azul del cielo es muy diferente según la dirección de la mirada, y se me aparecieron de repente los sutiles matices del color. Y luego comparé el azul del cielo con el azul del mar, y aparecieron de nuevo grandes diferencias que aumentaron todavía más mi sorpresa. \n\n
Y después, sólo después, empecé a situar adecuadamente las nubes en su travesía por el cielo, y las montañas al fondo, y las personas concretas. ¿Que me diera cuenta a los veintitantos años significa una especial dificultad para observar lo que hay a mi alrededor? No sé responder esta pregunta, pero sí sé que a partir de entonces empecé a mirar de otra manera, con una intensidad diferente, dispuesto a sacar un conocimiento sutil de la observación del mundo.\n\n
En Sommières, al sur de Francia, la luz no es la misma que en Ciutat, y al intentar explicar los motivos de las diferencias entre la una y la otra no sé si soy capaz de comunicarlo con acierto. \n\n
En Ciutat hay mucho deslumbramiento y una lucha entre lo interior y lo exterior que llega a fatigar: la naturaleza ha sido domesticada sin el esmero que se requiere para que la mirada se deslice sin esfuerzo.\n\n
En Sommières hay una transparencia de las cosas que procede del respeto a la claridad interior de cada ser. Al llegar desde el Sol, la luz se refleja en los tejados idénticos, en el verde de los árboles a la orilla del río, en la vendedora de cerámica que te ofrece lo que es sin duda un tesoro. Es una luz que al llegar se queda sin violencia al lado de las cosas; no deslumbra ni deja rastro: simplemente llega y se queda junto a nosotros. ¿Fue por eso, quizás, por lo que se quedó Lawrence Durrell a vivir en Sommières?\n\n
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