Estoy en la cola. Hay dos personas delante de mí. El empleado de la ventanilla atiende a la primera de ellas. Al acabar la gestión, continúan hablando de asuntos derivados su relación de amistad. \n\n
El señor que está delante de mí empieza a incomodarse; se gira y me dice que no hay derecho a que a uno le hagan perder el tiempo de esta forma, y que desde luego los asuntos personales se deben hablar en otro sitio.\n\n
Asiento a lo que me dice, pero sin convicción, porque la rigidez normativa me parece que no equilibra la vida, o por lo menos no siempre, sino que la puede tensar inútilmente. \n\n
La queja de mi compañero de fila no cae en saco roto, ya que el que es atendido por el empleado de la ventanilla lo ha oído, y con un gesto lento pero decidido se da la vuelta y pide disculpas. Lo hace en un tono suave y amable, casi cariñoso, aceptando la lógica de la reprimenda. Pero en sus palabras de disculpa no hay un tono de arrepentimiento, sino la cualidad de lo que se dice para llegar a un acercamiento entre personas humanas.\n\n
- Sí, le he hecho esperar, discúlpeme, se lo ruego, pero tenía que hablar de algo con el señor de la ventanilla, que es amigo mío. ¿Lo entiende? –viene a confesar el inculpado.\n\n
El señor que se había quejado se queda transpuesto, y su expresión, que hasta entonces había sido tensa –mirada penetrante, contracciones faciales- se relaja, y en este relajamiento se encuentra dentro de sí con lo mejor que le ofrece su espíritu. Se siente liberado de su enfado, y es él quien ahora le pide disculpas al otro, y le suplica que siga hablando con su amigo el oficinista de lo que haga falta y el tiempo que sea, y que mientras tanto, si yo me avengo, podemos hablar también nosotros hasta que seamos atendidos.\n\n
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