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  • Un corto trayecto en coche por la ciudad nos convierte en un laboratorio de emociones. No son emociones que dejan huella, sino pequeños momentos en que algo de nosotros sale a la superficie desde un rincón desconocido de nuestra mente, y se proyecta hacia fuera en forma de gestos o de palabras, o, por el contrario, se mete hacia dentro como un aguijón que se clava en una pared sensible, y nos daña con un golpe seco.\n\n

    Pronto nos olvidaremos, quizás, y es mejor que así sea, o de lo contrario nos colocaríamos en un estado de zozobra. Hay que saber distinguir el grano de la paja, y saber que los pequeños avatares no son más que impresiones del mundo exterior que contribuyen a nuestra percepción de lo cotidiano. Pero todo importa, porque todo, absolutamente todo, quizás sea necesario.\n\n

    Señalizo para girar a la derecha cuando circulo por una rotonda, y me doy cuenta de que un vehículo grande - una grúa- no me cede el paso y avanza hacia mí, como si no fuera un despiste sino una determinación del conductor. Acelero para girar cuanto antes en contra de mis hábitos de conductor lento, y aún así no consigo separarme lo suficiente para sentirme libre de la presión que ejerce el otro automóvil sobre mi coche, y sólo después, cuando ya enfilamos la calle paralelamente, él en un carril, y yo en el otro, a través de la ventanilla le hago un gesto airado, y él justifica su acción diciéndome que había espacio suficiente. Lo miro durante el breve período de tiempo de unos segundos, y compruebo que es un hombre como yo, de mediana edad, quizás agobiado por una larga jornada de duro trabajo en la autovía, y aunque pienso que yo tengo razón, y que él debía haberme cedido el paso, me arrepiento en seguida de mi gesto airado, y espero que al separarse los automóviles él se haya dado cuenta de que me he arrepentido de mi enfado y que me he reconciliado con él, porque he atisbado en su expresión un fondo de duda, como una disculpa implícita, evidente en su expresión cercana, de confianza en la posibilidad de un entendimiento.\n\n

    Más adelante, en un paso de peatones, cruza una mujer joven muy aviejada, muy apagada desde la última vez que la vi, cuando me pidió algo para comer en el aparcamiento de un supermercado. No sé por qué la he reconocido. Normalmente no recuerdo las caras de las personas a las que apenas conozco, pero hoy al ver a esta mujer se me ha aparecido de golpe con su expresión más joven, la que tenía cuando la vi por primera vez. Su desgaste físico, tan evidente, no ha logrado borrar del todo los destellos de juventud que se le transparentan en su cara. Me dijo que tenía un hijo de varios meses y que tenía que luchar mucho para sobrevivir. Yo la creí. Era una mujer joven con problemas, y ahora es una mujer arrastrada sin duda por el vendaval de una existencia que le es todavía mucho más adversa que entonces. No sé su nombre, ni nada más acerca de ella, pero al mirarla, si queremos mirar de verdad, nos damos cuenta de todo.\n\n

    Y ya cerca de casa, en otra rotonda, espero mi turno, y me fijo en el coche que tengo a mi izquierda, conducido por una mujer que me mira, y yo le miro a ella y sin saber por qué me fijo en su mano derecha sobre el volante, y le hago una señal para indicarle que sea ella la que avance primero, y ella me devuelve el gesto con una señal inequívoca de agradeciendo, o de humanidad, como si supiera los dos leves sinsabores que acabo de parecer, y se hubiera apiadado de mí.\n\n

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  • 2008-10-24 11:32:10
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  • Miradas en movimiento
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