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  • Robert Doisneau es el fotógrafo de la alegría de vivir. En cada una de sus imágenes podemos entrever su agradecimiento a todo aquello que se le presenta delante de su cámara, y que él nos ofrece como un regalo para ser compartido. El dulce beso de París es un instante mágico de la vida de todos, y cada persona que lo haya visto se convierte en alguien que ha gozado del beso de la pareja, como si hubiese sido él el protagonista.\n\n

    En el último viaje al Languedoc vimos a un grupo de personas comiendo a una mesa, en la orilla del río, en La Camarga. Y enseguida supe que ya había visto en algún lugar aquella escena. \n\n

    Al regresar a casa, y casi por azar, hojeando un libro de fotografías de Doisneau, tropiezo con una foto que sin duda fue la causa de mi recuerdo. Comen todos a una mesa, en las afueras de una casa. La casa es muy sencilla, y está en pleno campo. Al fondo a la derecha se ve otra casa parecida, y los árboles están desnudos, por lo que la foto fue tomada en otoño, en uno de esos días de buena temperatura que aún permiten comer al aire libre. La casa tiene planta baja y un piso al que se accede por una escalera larga. Se ven cuerdas con pinzas, y una prenda tendida, en el ángulo inferior derecho. Hay personas de mediana edad, y niños. Seguramente son dos o tres familias que se han reunido para pasar un día en el campo. \n\n

    Esta escena es exactamente lo que vi desde el barco en el que navegábamos por el Pequeño Ródano. Me pregunto qué es lo que hace que una escena como aquélla sólo pueda verse en Francia. Cada lugar tiene un espíritu, que es una combinación entre el color del paisaje, las caras de las personas, la manera de mirar, las formas de organizarse o de colocar los enseres más sencillos. En el Languedoc el único protagonista es el paisaje. No es un paisaje virgen; al contrario: ha sido humanizado a lo largo de los siglos, pero ha conservado una especial identidad, a base de una armonía entre la mano del hombre y sus orígenes. Miramos detenidamente las casas y los ríos y los caballos y las viñas y las carreteras, en una dulce combinación que nos hace pensar en la sencillez como el recurso más delicado, aunque quizás sea el más difícil, para que la vida sea digna.\n\n

    Desde el barco levantamos la mano para saludar a los que comen a la orilla del río, y ellos a su vez nos responden, y levantan los brazos de una manera que va mucho más allá del simple protocolo. Y siento un alborozo interior, algo así como una pequeña y mínima fiesta en el alma, y sé que es un momento irrepetible, y que nunca más los volveré a ver, a este grupo de gente que nos ha alegrado la vida con su presencia civilizada y cordial, en un paisaje que nos comunica la alegría de lo sencillo, que quizás sea muy difícil de conseguir, y que mí me parece que es la auténtica belleza que nos gusta saborear en la madurez.\n\n

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  • Un comida en el campo
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