LACOMUNIDAD.ELPAIS.COM_LOS-LIMITES-DE-LA-TIERRA_2008_11_19_EXTRANEZA

A veces me siento extraño en mi propio cuerpo, como si mi persona estuviera fraccionada, y hubiera fragmentos de mí mismo en varios sitios distintos a la vez, tanto en el tiempo como en el espacio. \n\n

La infancia es, posiblemente, la única etapa de la vida en que la identidad no tiene resquicios, quizás porque no se tiene conciencia de lo que somos ni de lo que queremos ser. Pero la madurez es el espacio de las contradicciones y de la inquietud, de las dificultades para reconocer la certeza, si es que se puede llegar a ella.\n\n

Cuando observamos el crecimiento de los más jóvenes nos damos cuenta de lo que significa el encuentro con lo que aspiramos a ser, la necesidad de empezar a mirar hacia nuestro interior para poder calibrar adecuadamente el contenido de nuestra manera de ver el mundo. \n\n

No, todavía no estamos en el trance de ver nuestra vida como un breve relámpago entre dos infinitos de oscuridad, como Nabokov, pero algo nos atiza, y es una sensación amarga, la intuición del poco tiempo de que disponemos, mientras vemos cómo nuestros hijos viven su tiempo más lento, aunque ellos ni lo perciban.\n\n

Lo inquietante de la búsqueda de algún conocimiento que nos ayude a aumentar nuestra seguridad es justamente la constatación de que, al contrario de nuestros deseos, esta búsqueda no nos ayuda, y que la comprensión va por caminos muy diferentes a los de la inteligencia. \n\n

En la lectura de la evolución del pensamiento científico podemos llegar a sentir la sensación de que la naturaleza es extremadamente simple, a pesar del enorme esfuerzo que supone cada descubrimiento. Y sin embargo, esta capacidad extraordinaria de las personas que más han luchado y trabajado para explicar el mundo, no nos transmite más que unas briznas de comprensión, si es que llegamos a percibirlas.\n\n

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