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  • Pienso que el jazz es la música que más se parece a la vida. Ayer por la noche, al salir, cuando andábamos por la calle después del concierto, el mundo que veía a mi alrededor, o el mundo que se me aparecía en mi mente, no eran tan diferentes a la manera en que Bárbara Hendrick había interpretado sus canciones. Sí, el jazz es como la vida de cada uno de nosotros.\n\n

    La emoción del jazz proviene de su realismo. El pianista pone el acento en el nervio de la existencia, sin que haya nada evanescente en sus notas, como si nos extendiera delante de nosotros la realidad con todas sus aristas afiladas, para que cada uno de nosotros aprenda a ver con sus propios ojos. El piano de una pieza de jazz sirve para interpretar la experiencia sin que tengamos que alejarnos del mundo. Hay que saber ver lo que tenemos a nuestro alrededor. Tenemos que escarbar en la realidad, aunque haya muchas realidades posibles, y todas ellas encajen las unas en las otras, y hayamos de aceptar contradicciones y asimetrías.\n\n

    La belleza muchas veces tiene que depender más de la verdad que de la elevación del espíritu. Todo sirve, todo nos lleva a entender el mundo, pero hay música de elevación del espíritu y música corporal, que se mastica con las vísceras. El jazz es la música de las verdades pequeñas, las que nos hacen más humanos. Los grandes de la música clásica siempre están en otra esfera, la de las emociones que vuelan, que también son muy necesarias, pero que no son la única receta, porque nos sugieren grandes sentimientos inasequibles, viajes maravillosos que hay que compensar con una dosis de profundización en lo más cercano.\n\n

    El saxofonista añade la poesía de un gesto de duda, un sonido de incertidumbre para que no nos dejemos llevar por una única versión de los hechos. Y el bajo, con su monotonía necesaria, con su expresión al borde de los sueños, nos sugiere que todo se puede explicar a un ritmo más lento, y hace de contrapeso al frenesí del pianista, y a la eventual batalla del batería. En un concierto de jazz me dejo llevar, no hay ni rastro de la dulzura del violín, pero lo agradezco, porque las emociones de la música clásica necesitan del contrapunto de la verdad de los hechos, de la realidad repentina. Está bien que el jueves Chaikovski nos sumergiera en un sueño de invierno y en la tristeza de su mirada infinita, pero ayer lo compensamos con creces con la pulpa carnosa y algo ácida de la experiencia de Billie Holiday.\n\n

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  • El realismo del jazz
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