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  • Veo en televisión una entrevista a Fernando Fernán Gómez, realizada hace unos diez años, cuando ya era el viejo actor que interpretaba papeles de viejo, y sus personajes se confundían con él mismo, aunque él lo negara, tan alejados de aquellos disparatados papeles que le tocaron por obligación en los años cincuenta y sesenta. Yo siempre le estaré agradecido por ser el autor de ‘Las bicicletas son para el verano’. Cuando asistí en Madrid a su representación por primera vez, me pareció deliciosa, y me lo volvió a parecer cuando la presencié por segunda vez, hace unos años, también en Madrid. Y aunque él no actuara, se le veía por todos lados, e incluso podemos imaginar que su lado más juvenil es el que ha trabajado en la búsqueda de la emoción que late desde el principio al fin de aquella historia conmovedora. \n\n

    En sus últimos papeles en el cine –el maestro de ‘La lengua de las mariposas’, el abuelo de ‘El abuelo’, el viejo de ‘La ciudad sin límites’- parece casi la misma persona, como si hubiera borrado intencionadamente las fronteras entre la realidad y la ficción y se hubiera propuesto hablarnos de él mismo desde cada personaje. Es posible que esta identificación no sea muy conveniente para interpretar, y también es posible que no sea más que una suposición sin fundamento, pero en sus últimas interpretaciones hay una carga moral que no se debe a los personajes sino a su manera de hablar y de moverse, y de callar y de mirar: es decir, hay una propuesta moral que se deduce de sus manera de interpretar. Me parece que debe de ser difícil en ciertos papeles separar a la persona que interpreta del personaje ficticio representado.\n\n

    Los actores han sido siempre para mí gente entrañable, desde que de pequeño disfrutaba tanto con las piezas cómicas de la compañía de Xesc Forteza. Llegaban al pueblo por la mañana, y se ponían a trabajar para montar el escenario, y hasta un poco antes de empezar la función no estaba todo dispuesto. A mí me encantaba presenciar aquellos prolegómenos, y ver cómo poco a poco tomaba forma el entramado de paneles, habitaciones y mobiliario, y la misteriosa habitación desde la que después irían saliendo todos los actores. Se hacía al aire libre, a la vista de todos, y eran trabajos frenéticos, de carpintería artesanal, y a mí me daba la sensación de que aquella gente construía una casa en unas horas, en la que se podía vivir de la misma forma que yo vivía con mis padres en la nuestra. Y luego, finalmente, ya de noche, todo el pueblo llegaba y se sentaba a presenciar las peripecias de ficción, la vida de otros que en realidad era la vida de todos nosotros un poco ridiculizada, y por lo tanto humanizada.\n\n

    También vi ‘Las bicicletas son para el verano’ en el cine, y me gustó mucho menos que en el teatro, pero no porque no fuera una buena película, sino porque en el cine no hay la misma cercanía con los actores que en el teatro, en donde nos incorporamos a su mundo de una manera radicalmente humana, casi física. Yo también me imagino con mi bicicleta verde de la infancia pedaleando por Madrid, en aquel verano del 36.\n\n

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