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  • Hay un poco de verdad y un poco de mentira en lo que cada uno dice sobre la enseñanza. Ayer por la noche hablamos un grupo de personas –entre ellas dos profesoras de instituto- y me di cuenta de lo que significa opinar sobre algo que nos afecta a todos: es casi imposible no dejarse llevar por el punto de vista. Y esto nos impide ver con claridad. Hace falta mirar desde una cierta altura para poder ver mejor el mundo, porque desde el suelo se aprecian los detalles, sí, pero no se ve el conjunto de manera adecuada. En todo habría que combinar las dos miradas.\n\n

    Me pregunto por qué en el período de la ESO hay tantos alumnos que no tienen arraigado el sentido de la responsabilidad. No se trata de exigirles una responsabilidad sin matices, como si ya pudieran responder de todos sus actos, pero sí de que asuman que hace falta saber valorar la necesidad del compromiso con un mínimo común denominador: hay que estudiar, hay que ser educado, hay que ser respetuoso. ¿Es porque están todavía en la adolescencia, este período terrible entre la infancia y la juventud, sometidos a las fuerzas todavía desconocidas del mundo, y que por eso hay que disculparles? ¿Cuáles son las causas –porque nunca hay una, sino muchas, y entrelazadas- de la falta de responsabilidad de un porcentaje tan alto de estudiantes?\n\n

    Hablamos y hablamos y cada uno dice lo que piensa pero no estoy seguro de que se diga toda la verdad. No es que se tenga intención de mentir deliberadamente, pero cualquier debate sobre la enseñanza está lleno de frases hechas. (Y, quizás, ocurre lo mismo con cualquier debate sobre otros aspectos de la vida).\n\n

    Pienso –pero no estoy seguro- que el lento proceso de formación de mi sentido de responsabilidad empezó con el examen de bachillerato, a los nueve años. Durante el curso yo había sido alumno de la escuela de mi pueblo, y el día fijado había que bajar a Ciutat a examinarse como alumno libre, lo que significa que, entre otras cosas, yo no conocía a los profesores que me iban a examinar, ni el aula, ni el estrado en el que iba a estar sentado el tribunal. (Y aún recuerdo el olor del aula). Era un día importante, sin duda, y había que vestirse como en las grandes ocasiones. (Mi padre me vendría a buscar, no le podía fallar, me decía a mí mismo). El examen constaba de dos partes. La primera consistía en un dictado (¡aquella palabra: extranjero, que escribí con ‘s’, y me di cuenta al salir, sin que nadie me lo dijera!) y una división con el divisor de tres cifras (y la prueba del nueve, un aspa con las cifras correctas, arriba y abajo el mismo número:¡está bien!). La segunda parte, que empezaba después de un descanso, era un examen oral ante un tribunal (¿Quiénes forman el tribunal? preguntó a alguien mi maestro) de tres profesores. ¡Y aquel escalón para subir al estrado! Era sencillamente un paso de gigante. Sé que antes de llegar ordené a mi pierna izquierda que ella, la izquierda, fuera la primera en levantarse, y me entretuve lo suficiente para que el gesto no fuera absurdo o ridículo, sino inteligente y medido: ¡que nadie pueda reírse de ti, y que no piensen que estás nervioso!, sé que pensé. Para un niño de nueve años el examen oral era una prueba de fuego. Los tres profesores te podían preguntar cualquier cosa, y había que responder:\n\n

    - En qué tiempo verbal está conjugado pudieron? \n\n

    - Quiénes fueron los Reyes Católicos?\n\n

    - Qué superficie equivale a un área?\n\n

    En aquel examen se tenían que poner en juego muchas de las facultades que más adelante hay que hacer servir en la vida: el aplomo, la paciencia –el examen oral requería un tiempo de espera: nervios-, la memoria.\n\n

    Ahora, cuando protegemos tanto a los niños, un examen de estas características –a los nueve años- sería considerado una barbaridad.\n\n

    ¿Era una barbaridad?\n\n

    No sé cuál es la respuesta, pero estoy convencido que no es bueno hacer todo lo posible para descargar a los alumnos de cualquier responsabilidad. Quizás un solo examen es antipedagógico, pero la actual evaluación continuada no sirve de mucho: todo se diluye.\n\n

    Pero no estoy seguro, evidentemente.\n\n

    \n\n

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