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  • Estoy solo en casa. Me he despertado y he mirado al exterior, y no había nadie. Ha pasado un hombre en bicicleta, por la acera, subiendo la cuesta, pedaleando sin decisión, como si no fuera el esfuerzo lo que le impidiera la determinación necesaria para avanzar, sino la incertidumbre misma del viaje. Yo tampoco tengo planificado lo que he de hacer, pero me voy a la galería y pongo la lavadora, después de descolgar la ropa del tendedero, que ya está seca.\n\n

    Bueno, en realidad no estoy solo, porque me acompaña la gata Roni, que se ha vuelto a dormir después de haberle dado el desayuno, ajena a cualquier preocupación, disfrutando del calor de la manta en estas horas de frío. He puesto música, como siempre, a un volumen más bien bajo, para no molestar a los vecinos, que sin duda duermen todavía, incluso los de al lado, cuyos niños pronto lanzarán el grito de guerra.\n\n

    El café se enfría rápido, me siento en la mecedora y hojeo un libro de fotos de Robert Doisneau, que es algo muy parecido a leer. Las fotografías de Doisneau nos cuentan la vida de París a lo largo de todo el siglo XX: niños que juegan por la calle, personas pensativas, hombres y mujeres que pasean por los arrabales. Yo pienso que la fotografía, más que el cine, nos muestra la manera de vivir de la gente de un sitio determinado. \n\n

    No sé si la lavadora habrá terminado ya, según mis cálculos estará a punto, me acerco al tendedero y así es, así que cuelgo la ropa y la enciendo de nuevo, esta vez con el programa especial para los vaqueros. No, no sé si hay fotos de Doisneau sobre la vida en un hogar parisino a mediados del siglo XX, cuando yo nací, más o menos. La foto que ahora retengo en mi pensamiento es la de un tiovivo en un día de lluvia, parado, en un atardecer o en una amanecida. Un tiovivo sin nadie es como un día sin pan, o quizás como una casa vacía, sin un gato siquiera.\n\n

    El tiempo se dirime en la imaginación, y en la manera de mirar cuando uno está solo, en casa. Bueno, solo solo realmente no: con la gata Rori, que parece vivir en la felicidad de la existencia pura, absorbida por lo elemental, sin nada que hacer y sin nada que investigar y sin nada que buscar, ni ratones, como los gatos de callejón o de corral de casa de pueblo. Como los gatos de la casa de mi madre, que se han de ganar el pan con el sudor de la Biblia, porque mi madre les da de comer de vez en cuando, y más que nada por la insistencia de Irene, que ya lo sabe, y no hace más que insistir, y ella misma se encarga, los fines de semana. Los gatos de pueblo buscan pájaros y ratones, como en mi infancia, cuando yo era como todos los niños traviesos de pueblo, y les apedreaba. \n\n

    Pero ahora ya no. Ahora no apedreo los gatos. Incluso convivo la mar de bien con mi gata Rori, cuando estoy solo en casa, como esta mañana. La contemplación forma parte de la vida, y nos remite a lo más profundo de la experiencia humana: levantarse, dejar que no se pierda ningún minuto en la nada, aunque un observador imparcial -¿o parcial?- pudiera interpretar lo contrario. Lo que nos espera es aún indeterminado, y está en la calle, como el ciclista de antes, que estará ya saliendo de la ciudad, a punto de llegar a algún sitio imprevisto. La música ha terminado.\n\n

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  • 2008-11-29 07:46:59
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  • La contemplación activa
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