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  • Una mujer narra con emoción que cuando era muy pequeña mataron a su padre. Los autores del asesinato no fueron invasores, ni un ejército poderoso, ni ladrones, sino las mismas personas que convivían con él, en el pueblo en el que habían nacido.\n\n

    Esta mujer, que tiene más de ochenta años, habla con una gran entereza, y en sus palabras late la verdad de los hechos. La miro, desolado, en la pantalla del televisor, y pienso que quizás en algún momento de su vida puede haber recibido el aguijón de la duda: estar en minoría puede hacer quebrar las defensas de cualquiera.\n\n

    Pero estoy seguro de que a lo largo de tantos años ha creído siempre en la verdad que ahora puede contar en voz alta, aunque haya tenido que pagar un precio muy alto por ello: el silencio de los otros, y su propio silencio. \n\n

    Muchas personas ahora la comprenden. Ya era hora, porque el largo silencio habrá sido una pena demasiado grande. Su padre fue un buen hombre: quiso construir una escuela para mejorar el nivel de educación de los niños del pueblo, pero sus ideas no respondían a las costumbres de los más poderosos.\n\n

    Y la misericordia de la religión no le llegó, sino todo lo contrario: le reprocharon desde el púlpito su lucha por la igualdad. Hay que ser humildes, le dijeron: las cosas son como son, la voluntad de este dios que adoramos está por encima de las voluntades de cada uno. Las contradicciones en este terreno no son convenientes.\n\n

    Esta mujer no llora, porque quizás ha llorado mucho, y las lágrimas también se agotan en la vejez, después de haber sentido la soledad de su verdad humilde e inmensa: mi padre era un buen hombre, y lo mataron. \n\n

    Se ha sentido sola, sin poder decir en voz alta que su padre no estaba en contra de nadie, sino a favor de la vida en libertad. Pero los otros, algunos de los cuales parecían ser compañeros de juegos en la infancia, y amigos de tertulia en la juventud, no entendieron lo que para él era evidente.\n\n

    Yo también viví en el silencio de la larga postguerra, como tantos otros, sin saber nada, y esta mujer se cruzaba conmigo todos los días, viéndome crecer, y aunque su mirada siempre me pareció más profunda que ninguna otra, no entreví que dentro de su memoria había un mundo de verdades ocultas.\n\n

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  • El valor de la memoria
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