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En las afueras de Ciutat parece que todo se pierde: las casas, las personas, el horizonte. Buscas algo y resulta casi imposible encontrarlo. Es muy difícil entrar andando a Ciutat, por no decir que es casi imposible. Hay límites reales que no necesitan de una muralla: sufrimos sus consecuencias y la imprevisión que pretende pasar desapercibida a una mirada libre. \n\n Todo se ha hecho a salto de mata, y ahora el coche se ha convertido en el único instrumento para moverse, y a veces tenemos la sensación de que nos proporciona la posibilidad de poder contemplar el paisaje. Pero no vemos más que una naturaleza domesticada: los restos del incendio.\n\n Las calles cambian de nombre como si nos introdujeran en un espacio irreconocible. Empezamos a mirar, por si acaso atisbamos alguna referencia conocida, pero no es fácil, porque el molino está destruido, la torre de alta tensión no estaba hace algún tiempo, así que este molino puede que no sea el que yo recordaba. Y así podemos seguir elucubrando un buen rato para acabar sin una conclusión.¿Y aquello de allí? ¿No es el huerto de Fulano? No lo sé, pero yo diría que aquella hilera de adosados ocupan el sitio de la vieja casa en la que vivía mi amigo Luis, y en cuyo patio jugábamos por las tardes hace casi cincuenta años.\n\n Sólo podemos entrar a Ciutat en coche. A pie es imposible. Hemos construido una muralla de cemento entre la ciudad y las afueras, y ya no hay remedio que pueda acabar con este desaguisado.\n\n Un anciano yace dormido en un solar en el que acaban de derribar su casa para construir un edificio. En los anuncios se puede leer: viva en la naturaleza. Todos sabemos que es una gran mentira. Pero la aceptamos. Es esta aceptación el origen de la nostalgia del campo. \n\n\n
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