LACOMUNIDAD.ELPAIS.COM_LOS-LIMITES-DE-LA-TIERRA_2008_12_10_EL-MAESTRO-Y-ALUMNA

En una escena de ‘El árbol de los zuecos’ de Ermanno Olmi, el abuelo le enseña a su nieta cómo plantar tomates con unas semillas que ha guardado en el establo como un tesoro. El lugar escogido es un pequeño rectángulo de tierra adosado a un muro para que no reciba los embates del mal tiempo. La tierra ha sido tapada con hojas secas para protegerla, como si fuera un ser vivo –que lo es- al que hay que cuidar con mimo. El abono que utiliza es estiércol del gallinero, y sólo la cantidad necesaria, ni más ni menos, calculada con la precisión de un maestro experimentado. \n\n

¿Cómo no van a crecer los tomates a cambio de tantos cuidados? La nieta observa al abuelo y lo escucha porque intuye –aunque sólo lo descubrirá mucho más adelante, cuando sea mayor- que hay algo en esta lección de agricultura que va mucho más allá de su mera apariencia. Ha recibido un tesoro que tiene en su seno la semilla de la enseñanza por un lado y del aprendizaje por el otro: un profesor que conoce su oficio, y lo ama porque lo conoce, y un alumno que quiere aprender y que quiere escuchar a aquel que le enseña, y que al estar así, el maestro y el alumno juntos, convergen en un conocimiento exacto que los enlaza para siempre.\n\n

Y los tomates del abuelo son los primeros de la temporada, por supuesto, y se cosechan maduros, en su punto, y el abuelo llama a su nieta para que sea ella la que los coja amorosamente y los coloque en el cesto de mimbre, y juntos caminan al pueblo en donde reciben la admiración de todos. La dulzura de la cosecha es la recompensa por el trabajo bien hecho, y la nieta va a cimentar las raíces de su carácter en la mezcla del amor y de la admiración que siente por su abuelo, que le habrá enseñado no sólo el camino de la bondad, sino también los fundamentos de la inteligencia. \n\n

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