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Salgo a la calle después de tomar café en la casa de mis amigos Josema y Ofelia, y al poner los pies en la acera veo las luces de Navidad por vez primera, y por alguna razón que no sé racionalizar me pongo triste, súbitamente, sin previo aviso, como si alguien me hubiera empujado hacia un lugar de mi interior que no se puede conformar con una simple mirada indiferente.\nCamino un rato hacia el coche y me propongo hacer caso omiso de esta sensación, que quizás es un simple engaño, una apreciación sin fundamento alguno, y un sentimiento de oscuridad que se debe quizás a que, en efecto, en estos días tan cortos la noche llega mucho antes, y no es bueno que la noche nos sorprenda solos por la calle, y que justamente el contraste de la noche con las luces de Navidad es lo que me ha provocado este mínimo desastre accidental.\nEsto es lo que me empuja a no dejarme vencer, y a avanzar por la calle como si fuera un lugar para gobernar mi entendimiento, para avanzar con la convincente inocencia perdida de los que saben que a pesar de todo nada puede ser tan duro que nos pueda entristecer sin motivo. \nNo, nada nos puede entristecer sin motivo, y la mirada se va apoderando lentamente de lo que nos rodea, y la conciencia de desvalimiento se disuelve en la seguridad de que estoy bien, y que todo puede ser corregido desde el alma. \n\n
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