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  • Entré en el Café Iruña para tomar un café y porque llovía. Me senté y pedí un café, y no tenía nada que hacer, ni había traído ningún libro, ni el periódico, pero me daba igual, porque el lugar me gustó nada más entrar y sentarme. Me apetecía simplemente estar allí, mirando hacia los Jardines de Albia. Sentadas a una mesa al fondo, justo al lado de una de las ventanas, había dos mujeres que hablaban; y más cerca había un señor solo que escribía en una agenda.\n\n

    Un café acogedor como el Iruña nos da cobijo, y al entrar en él nos sentimos protegidos por una atmósfera de recogimiento que nos ayuda a sentirnos a gusto. A veces entro en una iglesia, a media mañana, con el único motivo de aislarme del tráfico y del ruido, y me siento especialmente bien, sin que tenga que decirle nada a ningún dios, porque es sólo el silencio lo que busco, que es algo muy parecido a la música. En un café parece que busco otra cosa: no el silencio, no el recogimiento, sino todo lo contrario: compartir la experiencia de la conversación con alguien con quien se pueda hablar largamente sin mirar el reloj, como en aquella ya lejana conversación con Antonio, en un café literario de Ámsterdam, o como la más reciente, hace apenas una semana, con Teresa, Mariajo y Ana, aquí en Ciutat.\n\n

    Entré en el Café Iruña y me quedé un buen rato, y hablé con el amable camarero que no parece un camarero sino un amigo al que acabas de conocer. Al irme, me dijo que una de las monedas que le había dado era una moneda de las de cinco pesetas, que son todavía más pequeñas que las de diez céntimos de ahora. Yo le escuchaba con interés, y mi mente se centró en la cuestión trivial de la superficie de un círculo, y me reí para mis adentros al comprender que podemos comparar la superficie de dos círculos sin tener que calcular la superficie, y que no ocurriría lo mismo con otras figuras, por ejemplo dos polígonos regulares con un número diferente de lados, y no digamos si queremos comparar figuras en el espacio, como prismas o pirámides. El camarero pareció darse cuenta de que yo no hubiera querido salir de allí, y de que me hubiera quedado hablando con él, de la superficie de las monedas o de cualquier otro asunto. De hecho, podría haber llamado a Ana y haber quedado en el Café con ella, pero preferí ir yo a buscarla y esperar al día siguiente para desayunar juntos y mostrarle mi descubrimiento.\n\n

    Me di la vuelta después de andar unos metros y miré hacia atrás, y me pareció que el el Café estaba allí desde siempre, como si fuera el lugar al que había sido destinado por un diligente planificador municipal. También me di cuenta de que los Jardines de Albia son el jardín del Café Iruña. Un poco más tarde estaba lleno. A todas las mesas había gente joven y de mediana edad, y algunos viejos con cara de no tener nostalgia de la juventud, y de no querer dejar de ser viejos maravillosos, que también los hay. A la mañana siguiente estaba cerrado, y no pudimos entrar a desayunar. Este café no es para desayunos, dijo Ana, que siempre sabe sacar conclusiones. Así que en el viaje a Bilbao sólo entré una vez en el Café Iruña, y ahora recuerdo aquel rato con nostalgia.\n\n

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  • 2008-09-24 13:52:07
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  • Nostalgia del Café Iruña
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