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El terror a veces se desliza delante de nosotros de la forma más sutil. Nos sentimos aterrorizados, y sólo después, alejado el motivo, somos capaces de racionalizarlo. Hoy he visto, casi sin querer, un programa de televisión en que alguien en funciones de juez ha de decidir sobre el litigio de dos personas, en este caso una empleada y su jefe. Las razones no eran concluyentes, y la información proporcionada no era más que una simplificación que dejaba traslucir mentiras, desidias y menosprecio mutuo. Y es por ahí por donde viene el terror, que se cuela en el entendimiento del que mira con afán de comprobar si algún esqueje de verdad se puede transparentar por detrás del embrollo. Por supuesto que no: no aparece verdad alguna. Lo que se observa no es más que un oscuro entramado de vulgaridad y dejadez moral. De terror.
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