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    Vuelvo a casa después de cenar con unos amigos. Llovizna, y me siento transportado a un espacio de una cierta irrealidad. Es un trayecto que he recorrido muchas veces, a pie y en coche, pero me da la sensación de que no tiene nada que ver con el de esta noche. Parece que me he quedado solo en Ciutat, como si fuera su único habitante, una especie de superviviente que no puede ver todo lo que tiene delante de sus ojos, o sólo una pequeña parte. Por ejemplo, no sé si la rotonda tendrá alguna trampa, o si en el momento de torcer por una calle equivocada me perderé y no sabré cómo regresar, aunque me conozca la ciudad de memoria y todo esto que estoy pensando no sea más que una estupidez, una vivencia desconocida del espacio percibido como una obsesión. ¿Cuáles son las sensaciones que se apoderan de cada uno de nosotros en plena noche y nos transportan allá donde ellas quieren, y nos dejan sin defensas, como si estuviéramos viviendo un sueño oscuro? Quisiera llegar cuanto antes para tener la seguridad de que estoy en un presente real, y no en una sucesión de instantes determinados por una obsesión, o una incertidumbre, o un indefinible estado de olvido de mi persona, que parece que se haya evaporado. Dios, qué lío. \n\n

    Dios, he dicho Dios con mayúsculas, en vez de recurrir a mis terrenales convicciones, mi agnosticismo tan sedimentado. Y al decir Dios se me aparece el de la Biblia, no un amigo, no una intercesión entre mi pensamiento y el cielo de las estrellas sino el viejo desagradable que se dedica a fulminar a los hombres. El peso del cielo que tengo sobre mí, tan alejado y tan cercano a la vez, tan absolutamente extraño, parece que me quiere dar una pizca de fantasía, que de día no se puede manifestar, mientras estoy inmerso en los trabajos que me obsesionan. Mis amigos son fotógrafos, todos más jóvenes que yo, algunos mucho más jóvenes que yo, y entre ellos me he sentido algo extraño, pero he sabido que era yo, que sin ninguna duda era yo entre personas más jóvenes que yo, y que nunca seré fotógrafo sino tan sólo alguien que quiere hacer fotografías. \n\n

    ¿Qué es lo que diferencia a las personas jóvenes de las personas maduras? ¿No se puede ser maduro en la juventud? ¿No se puede ser joven en la madurez? ¿Qué nos aporta la madurez? Continúo conduciendo el coche, que ya no sé si es el mío, porque noto algo extraño en el embrague, un ruido, una tensión en el pie que hasta ahora no había percibido, y el freno frena más, qué horrible es no saber si lo que pisa mi pie izquierdo es mi embrague y mi freno de siempre, qué habrá pasado. Creo que me ha sobrevenido el miedo a la noche y no quiero que ocurra nada, me da la sensación de que alguien me va a detener, que la ciudad ya no existe más que en mi imaginación, que en algún momento voy a entrar en una selva obscura. Y si es sólo un miedo absurdo no tengo posibilidad alguna de conocer los motivos del miedo, viajando por estas calles como si estuviera moviéndome en un laberinto. Me siento joven y viejo a la vez, y la coexistencia en mí de todas las edades me hace pensar que nadie es capaz de llegar a algún sitio si no prescinde de la edad. Tendré que soltar lastre si quiero llegar. \n\n

    Sí, por supuesto, si llegamos a algún sitio es porque hemos soltado lastre. Así es más fácil continuar, así la noche será una fiel amiga, el acompañante de la mirada desnuda que está a mi lado con un mapa nuevo de la ciudad, que ya no es Ciutat, por lo menos en este territorio por el que ahora transito. Aún así no será nada fácil llegar, lo sé. Las calles parecen una interrogación eterna, tienen una trascendencia que de día no existe. En la juventud no hay trascendencia, pero después vemos que nuestra imagen tiene muchos agujeros, como si fuésemos una tierra en pequeñito, un planeta en pequeñito agujereado, un diámetro horadando la esfera a través del cual vemos las estrellas del sur del universo. Debe de ser un dios el que me impulsa a esta pesadilla. No, un dios solo no, qué va, serán unos dioses perversos. Paso por delante del parque y veo las letras ridículas ‘Bones festes’ y en este momento preciso sé que le puedo ganar la partida a estos dioses mezquinos que me ha querido engañar sin saber que soy capaz de reírme de ellos. Qué maniobra tan estúpida, yo ya sé que no existe la redención, y que no es posible afirmar ni negar nada. Estos pequeños diablos son unos mercenarios de la eternidad. Es increíble, ya estoy aparcando el coche en mi garaje (mi garaje, sin duda) y me siento casi feliz, aligerado de cualquier otra circunstancia, y de la pesadilla de la noche. Siento que mi conciencia me devuelve a mi seguridad, como si hubiera estado soñando y ahora me despertara. El espejo del ascensor refleja la figura de un hombre de 55 años que según de donde viene la luz parece más joven o menos joven, un hombre maduro o un hombre menos maduro. Anna me dice que parezco un ciudadano de la resistencia, con esta gorra que compré en Berlín. Al entrar en casa siento la tibieza de su atmósfera como si fuese el descubrimiento más importante de mi vida. \n\n\n\n

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