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Entro en mi librería de viejo preferida. Toni me habla del fotógrafo Housemann, que llegó de Alemania en los años treinta, y me enseña algunas de sus fotos. Son muy buenas, y revelan una mirada especial, por encima de las circunstancias locales en que se movía. No veía el paisaje, sino el alma del paisaje. También me enseña algunas fotos familiares que sobreviven desperdigadas como si fueran depositarias de una memoria que ya no está en ellas, porque los nombres de los fotografiados se desconocen. Ahí está la foto de alguien que se casó en México, y que envió la foto a sus familiares de Ciutat para que vieran cómo era la novia. Ahí está la foto de cuatro mallorquines que emigraron a Cuba en el año 1916. Están sentados, con su sombrero sobre el banco, y bien vestidos. No sabemos nada de ellos, ni tan siquiera su nombre, y conocemos la fecha porque en el envés fue escrita a lápiz por alguien. La librería es una acumulación de historias olvidadas cuyas huellas están entre libros y revistas, pero sin un hilo conductor. Bueno, en realidad el hilo conductor es Toni, que me cuenta las circunstancias en que le llegaron las fotos. Yo nunca me desprendería de una foto de mi padre, o de mis abuelos, me confiesa, pero hay mucha gente que lo hace. Y gracias a esto podemos ver estas historias familiares sin nombre ni historia. Las fotografías tienen, sin embargo, algo que decirnos, y ese algo se convierte en una historia de personajes anónimos que se acabarán disolviendo en el tiempo, como si nunca hubieran existido. Yo me quedo con las fotografías de Housmann, que tienen ese calor de lo vivo, una belleza de lo que no va a morir nunca del todo.\n\n \n\n
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