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Es un proceso formado por imágenes unidas por un hilo casi invisible. La infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez: vamos dejando atrás momentos memorables que nunca volverán. Como Pulgarcito, somos los depositarios de una historia tejida de pequeños instantes que quizás podemos revivir con la memoria, aunque sin mucha convicción, porque aquellos individuos perdidos en el hilo del tiempo ya no son el mismo de ahora: sin inocencia, aquel niño no puede ser reconocido; sin la fuerza de los sentimientos, aquel adolescente no es más que humo; sin las ilusiones de entonces, la juventud ya no es un divino tesoro. Nadie será niño nunca más, ni adolescente, ni joven, y del largo recorrido hemos llegado algo muy valioso: una mirada libre, que es la depositaria de los límites, de la conciencia de la duda y de las contradicciones.
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