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Hay sueños en los que no hay un nombre para cada cosa. Estamos rodeados de amigos, pero no sabemos cómo llamarlos; en un edificio que no sabemos identificar con claridad; en una ciudad vagamente conocida, aunque sin determinar. La imágenes parecen una sucesión al azar de momentos vividos en un escenario que nuestro cerebro se inventa. ¿El esfuerzo de la inteligencia consiste en dar un nombre a todo lo vivido? ¿Es el lenguaje lo que nos hace distintos? ¿Sueña quizás mi gato, que duerme a mi lado mientras escribo? ¿Qué podemos hacer para que todo tenga algún sentido? A veces pienso que de cada momento vivido habría que conservar una esencia, una gotas de luz, para que nos empuje a seguir viviendo, porque en lo que ya ha pasado hay algo importante sin duda que hay que incorporar a nosotros mismos. La vida no puede detenerse en un presente continuo. Todo nos constituye. Y hay sueños que nos indican la importancia de dar nombres a cada cosa, y de dar sentido a todo lo que saboreamos, aunque a veces tenga un sabor agrio.
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