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Un retrato puede llegar a transmitirnos las aristas del alma, pero el fotógrafo debe conocer muy bien al fotografiado, porque nada es azaroso en el momento decisivo de decidir el instante. No todo se puede reducir a la suerte. El fotógrafo capta a veces el gesto preciso, el momento exacto en que el alma se nos muestra en toda su vileza, o su grandeza, o su dejadez. Una manos pueden comunicar la esencia de un gesto de la cara, ayudar a transmitir el último destello de la personalidad. Es algo así como la búsqueda de nosotros mismos en el espejo, y detectar el instante en que la imagen es nuestro verdadero yo.
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