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Crónica del día 10/07/08\n\n

Somos la Ruta, y somos una realidad paralela. Estamos desenchufados del mundo excepto por un par de correos semanales o menos, y nuestra rutina se basa en no tener rutina; nos sentimos en familia con gente que conocimos hace tres semanas escasas y parece que tenemos en común historias de toda una vida. \n\n

Con este panorama es normal que se cree una especie de mística alrededor de cada canción, de cada grito, de cada broma colectiva, de cada pregunta de Borislava: somos una secta. ¿Con qué cara nos mirarán al volver nuestros padres cuando despertemos gritando: “lirolí-lirolá, que bonito despertar y decir con alegría, buenos días tía María”? ¿Conseguiremos enseñar a nuestros amigos a cantar la “Moza de Ruta Quetzal?” ¿Qué será de nosotros al llegar a casa sin este ritmo frenético de montar, desmontar, viajar y aprender cada día mil cosas completamente nuevas? Esto en general, porque no se puede recoger lo increíble de cada persona en particular, que es lo que hace que esta sea como es. \n\n

Durante cuarenta días, desterramos la vulgaridad de nuestras vidas, porque cada rutero tiene algo que le hace merecedor de estar aquí, y lo más genial es que en cada caso se trata de un “algo” diferente. Eso hace que una hora de tiempo libre, que es cuando más se aprecia el ambiente y se conoce a la gente, sea un micromundo en el que un grupo toca los timbales, otro juega a las cartas, otro da toques con una pelota, alguien busca un objeto perdido de mayor a menor importancia con mayor o menor desesperación, se dibuja, se duerme, se hacen malabares. Hay temas de conversación recurrentes, chismes variados, gente que se enamora.\n\n

En definitiva, es inexplicable la forma en que formamos un todo. Aunque no puedo conocer a cada rutero como me gustaría, nos une lo que hemos pasado juntos, que no es poco, y lo que nos queda por pasar. Porque al contrario que un campamento al uso, la Ruta no termina el último día de viaje.\n\n\n\n