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La del periodista de viajes es una vida solitaria. Te pasas más del la mitad del año fuera de casa, conduciendo solo y durmiendo solo. Pero nunca me había sentido envuelto en semejante soledad como la del jueves pasado a las 20,45. Iba de viaje hacia Mérida, pero el atasco de salida de Madrid me demoró más de lo previsto. El resultado: a la hora en que empezaba el España-Rusia a mi me quedaban aún 90 kilómetros para destino... y era el único ser vivo que conducía por la A-5. ¡Impresionante! Parecía el escenario de una novela de Cormac McCarthy. ¡No se veía un solo coche! Como si hubiera caído la bomba de neutrones. Daba hasta yuyu. A las nueve no pude resisrtirlo más (la soledad y el perderme el partido) así que me desvié en la primera señal de hotel que vi, pedí una habitación y subí en dos zancadas. Aún me dio tiempo de disfrutar de los tres goles. Por la ventana de la habitación la autopista se veía más solitaria aún, si cabe.
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