sioc:content
|
-
Viajar en un tren del Oriental Express es volver a una época en que el verbo viajar significaba mucho más que desplazarse entre dos puntos. También cambia la percepción del espacio, porque cuesta acostumbrase a ese plano único longitudinal que marca el estrecho pasillo de los vagones. Solo puedes ir para delante o para atrás, nunca para un lado. Pero salvado este pequeño problema espacial pronto te sumerges en la cotidianeidad de la vida abordo. \n\nEl desayuno te lo trae a la cabina el asistente de tu vagón. Una bandeja primorosa con servilleta de lino, fruta pelada, bollería, zumo natural y café americano. Luego te preparas para bajar a la excursión diaria; a la vuelta, almuerzo informal en uno de los restaurantes. Y por la tarde, tiempo libre para leer, ver el paisaje desde el vagón panorámico de cola o para lo que te de la gana. Viajar sin prisa. Y al anochecer, cena de gala en la mesa que te hayan asignado. \n\nPor la ventana, como en un bucle sin fin, van desfilando los verdes infinitos del sudeste asiático. Verde amarronados, sucios y caóticos, a la salida de Bangkok; arrabales de chapa y polvo como los de todas gran ciudad que avergüenza aún más vistos desde el interior de estos lujosos vagones. Verdes ocuros y húmedos de la zona boscosas del río Mae Nam Klong, por las que el tren pasa despacio, salvando barrancos y quebradas de vértigo. Y verdes vivos y eléctricos, de una luminosidad especial de los arrozales del sur de Tailandia, el paisaje más bonto que hemos visto de momento. Inmensas planicies de horizonte fijo sobre las que levanta palmeras solitarias, como pentagramas perdidos en una partitura verde monocroma.\n\n\n
|