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  • Tres días a bordo de un tren dan para mucho. Dan para relajarse. Dan para hacer amigos. Dan incluso para aburrirse, como ya empieza a pasarle a algún pasajero, que no viene mentalizado para este tipo de viaje o ha puesto las expectativas demasiado altas. Y dan por supuesto para encender la imaginación.\nEn un principio me pareció que a estas cosas elitistas solo venían parejas de jubilados americanos, de esos que comen a las doce, cenan a las seis y se van a dormir a las diez. Pero poco a poco voy descubriendo las peculiaridades del pasaje. Descubro a Roberto, un jubilado alemán que trabajó 40 años en la fábrica Carl Zeiss (la conversación se inició por la lente de mi cámara, que es de esa marca); viaja solo y es un enamorado de Andalucía. Descubro también a Inma y Andreas, española ella, alemán él, que van a casarse en la isla tailandesa de Ko Samui, pero han querido llegar a bordo de este tren porque les parecía lo más romántico que podían hacer antes de comprometerse (para vosotros, Inma y Andreas, que quizá nunca lleguéis a leer este blog, mis mejores deseos y deciros que sin vosotros este viaje no hubiera sido lo mismo). Y luego descubrí, más bien descubrimos, a la princesa.\n\nApareció de repente el día de la primera excusión a tierra. Alta, liviana, vaporosa, con un vestido de punto con tirantes de color naranja y verde y gorro y bolso a juego. Nadie se había percatado hasta el momento de ella. Su cara angelical, casi de niña, acrecentaba unos rasgos eminentemente eslavos; su piel era tan blanca y cerúlea que en algunos pliegues dejaba transparentar el malva de la venas. Las piernas largas y estilizadas podrían ser las de una bailarina; sin embargo, su espalda, algo musculada, parecía de una nadadora. Su porte ligero y elegante, casi de modelo, llamaba la atención entre aquel grupo de orondos jubilados. Si en aquel momento hubiera aparecido Mary Popins por la chimenea del tren no hubiera llamado tanto la atención como aquella enigmática y atípica joven. \n\n\nPoco a poco el misterio de la pasajera solitaria ha empezado a ser la comidilla de un pasaje demasiado ocioso como para desaprovechar semejante ocasión de cotilleo. No aparenta más de 20 años y sin embargo viaja sola. Cambia de modelito tres o cuatro veces al día, cada uno apropiado para la ocasión (casual, si se trata de una excursión; traje de cóctel para la cena). Come y cena sola, nunca habla con nadie y apenas sale de su cabina. Cuando lo hace, se pasa horas mirando al infinito apoyada en la barandilla del vagón panorámico. Cualquier intento de los demás pasajeros por entablar conversación son finalizados por ella con unas frases amables pero inequívocas.\n\n\nAntonio Alpañez, mi compañero de viaje, de fatigas y de documental, y yo hemos empezado a elucubrar sobre ella. Debe ser una princesa rusa, imaginamos, que viaja a Singapur para casarse con un rico hombre de negocios mucho mayor que ella; ella no lo quiere pero las familias (ambas poderosas) han acordado la unión. O no, a lo mejor es una bailarina del Bolshoi que viaja sola tratando de olvidar un desengaño amoroso. O…. Roberto, el jubilado alemán, que por lo visto es menos dado a la poesía que nosotros, cree que es la querida de algún mafioso ruso que le ha pagado este capricho para tenerla entretenida mientras él última unos negocios. \nEn fin, que en la vida he hecho un viaje tan literario como este. Estoy pensando en escribir una novela. De momento ya tengo el título: “La princesa rusa del Orient Express”. \n\n\n\n
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  • 2008-07-16 04:48:22
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