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  • El cabo de Hornos entró en la leyenda en el siglo XIX, cuando los grandes clippers que unían Europa con la costa oeste de Estados Unidos se veían obligados a cruzarlo desde el Atlántico hacia el Pacífico, en sentido contrario a los vientos dominantes. La fuerza de estos, las grandes olas del Pacífico y el frío propio de estas latitudes hacían el resto. Viejas cartas marinas conservadas en Ushuaia relatan odiseas terribles, como la del Edward Sewall, un cuatro mástiles inglés, que en 1904 necesitó tres meses para doblarlo. En 1909, la Rochejaquetien, un tres mástiles de Nantes cargado de emigrantes, estuvo dando tumbos por estas peligrosas aguas entre el 10 de octubre y el 20 de noviembre, sin encontrar una mala brisa que lo lanzara, por fin, al tan ansiado Pacífico.\n\nLa noche nos sorprende frente a los acantilados de la isla de Wollaston, farallones negros e inhóspitos de casi 200 metros de altura cuya visión, sin embargo, se agradece, aunque sólo sea por saber que tenemos tierra otra vez cerca.\nAnclamos en el fondo de la bahía Scourfiled, aprovechando una boya instalada por la marina chilena. No hay más radas al sur de Puerto Williams, ni bases, ni asentamientos humanos. El viaje es una lucha individual contra la naturaleza. \nBernardette, la mujer de Pascal, prepara pastel de manzana y te caliente. Caemos rendidos en los catres. Fuera, los seis ojos de buey del Valallha son los únicos destellos de calidez en esta oscura noche austral. \n\n30 de noviembre, 55º 53’ 17" latitud sur\nAl amanecer, un vendaval de 55 nudos se abate sobre la bahía Scourfield. Toda la literatura y la leyenda del Cabo de Hornos quedan patentes ante nuestros sentidos con esas ráfagas descomunales, acompañadas de chubascos y granizo. Apenas queda tiempo para refugiarse en la siguiente isla, la de Herschel, en una cala llamada Martial en honor al capitán de una expedición francesa que pasó todo el año de 1882 en las cercanías realizando uno de los estudios más serios sobre flora y fauna jamas hechos sobre el Cabo de Hornos. \n\nLanzamos al agua dos anclas como medida de precaución y nos disponemos a pasar un largo día de reposo: es imposible avanzar con este huracán. Alejandra, la tercera tripulante del Valhalla aprovecha para hacer buñuelos. También es francesa, tiene 24 años y hace dos que dejó su trabajo de oficinista en París para aliñar su vida con una pizca de emoción e incertidumbre. Acompaña a Pascal y Bernardette en sus viajes a cambio de cama y comida y llena los cuatros costados de la nave con su inocencia y dulzura. Parece un grumete, siempre despierto y de buen humor. Como, a pesar de su buena dicción en castellano, tiene un serio problema con los acentos —igual dice pajáro que carga la tilde sobre la última sílaba de whisky— la rebautizamos cariñosamente como Guisquí.\n\nA mediodía amaina un poco el vendaval y bajamos a la isla con la zodiac. Está deshabitada, como el resto del archipiélago, y un espeso manto de turba cubre el suelo. Los pies se clavan a cada paso. Hilillos de agua potable que se pierden entre la espesura del manto vegetal y algunos bosques de lengas, tan achaparrados y prietos que impiden el paso, son los únicos elementos del paisaje. Parece como si los árboles, en estas latitudes, solo estuvieran hechos de raíces. Pasamos la tarde dados al placer de la lectura, con un ojo en el libro y otro en las dos anclas salvadoras a la espera de que las condiciones mejoren y podamos poner proa de nuevo al cabo.\n\n\n\n\n\n\n\n\n
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  • Seis ojos de buey en la noche austral
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