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 Son muchas las cosas que me gustan de Marruecos, el país que mayor número de veces he visitado. Pero hay una por encima de todas: el té. Adoro ese brebaje suave, azucarado y aromático que solo puede degustarse aquí. Por más cajas de té que te lleves para España, por más que te expliquen cómo se hace el auténtico té marroquí, por más que ensayes la ceremonia.... ¡no hay manera de que te salga igual! Y además, me alegro. Creo que cada comida, cada bebida hay que saborearla in situ, porque el escenario debe de ser parte fundamental de los condimentos.\n\nHe cruzado el Estrecho en el barco nocturno que hace Almería-Nador y nada más pasar la frontera hemos parado en el primer cafetín para inaugurar el ritual del te. Viajo con un grupo de amigos montañeros hacia el Atlas central. Pretendemos subir el M'Goun, la tercera cima de Marruecos, un pico de 4.071 metros menos conocido y menos frecuentado que el Toubkal, que es la ascensión típica en el macizo el Atlas.\n\nPor delante nos quedan unas 14 horas de carreteras infernales; podriamos hacerlo en un par de días, pero queremos llegar cuanto antes y dejar días de sobra al final, por si un hipotético cambio del tiempo nos dificultara el asalto a cumbre.\n\n Además, el norte de Marruecos, pese a tener muchos encantos, se parece demasiado a Andalucía o a Extremadura. Es un territorio verde, fértil y muy cultivado. Para muchos, entre los que me encuentro, el verdadero Marruecos empieza después del Atlas. O al menos ese Marruecos de postal sahariana que todos tenemos en la retina, un país de desiertos de piedra y arena, de palmerales y kasbash, de oasis y ciudades de barro, de montañas ocres y cimas nevadas. En busca de él vamos.\n\nP.D: la cara de sueño es porque apenas he dormido en el barco, no porque además de té haya empezado a darle a ningún otro producto local. \n\n\n\n
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